Es increíble lo que uno puede llegar a recibir como recomendación de los algoritmos de Youtube. Hace poco me topé con un video que muestra a un grupo de jóvenes de 18 años (o más), disfrazados de animales y ejecutando una coreografía ininteligible para mi generación cantando algo así como “What does the fox say?… Hatee-hateehatee-ho!/Hatee-hatee-hatee-ho!/Hatee-hatee-hatee-ho!»

A pesar de la incomprensión inicial, algo en la trastienda de mi cerebro se agitó e hizo clic ante la histérica repetición de “What does the fox say?

Lo que surgió en mi mente fue la imagen de un modelo en forma de acordeón de un fragmento del gen FOXP2, recuerdo de una visita al museo laberinto de San Luis Potosí. En el acordeón, se resaltan en color dos letras del fragmento del gen FOXP2 que contrastan con las del resto. Pero, ¿qué hace importante a éste gen?

Si nos pidieran enlistar las características que hace a los humanos distintos del resto de los animales, muy probablemente estaría entre los primeros puestos la habilidad de hablar, de comunicarnos oralmente a través de un lenguaje sofisticado.

Resulta que el gen FOXP2 está estrechamente relacionado con ésta última capacidad. Tanto es así que, inicialmente, a éste gen se le denominó el “gen del lenguaje” o el “gen de la gramática”1. Sin embargo, la idea de que en un sólo gen (una secuencia de compuestos químicos llamados aminoácidos que codifican la producción de una proteína) sea responsable de una función o característica en específico puede resultar engañosa.

Lo que sí sabe del gen FOXP2 es que está compuesto por 715 aminoácidos, y que la mutación de dicho gen trae como consecuencia trastornos lingüísticos pero no necesariamente cognitivos. Estos descubrimientos provienen de estudios realizados a lo largo de tres generaciones a una familia inglesa1.

Y aquí es donde reside comúnmente la falacia de ida y vuelta: descubrir que un gen mutado afecta (ostensiblemente) una función (en este caso el lenguaje) no implica que ese gen en su versión no mutada origine por sí misma esa función. Es decir, no debemos considerar una relación del tipo un gen-una función.

Ahora bien, el gen FOXP2 no es exclusivamente humano; mamíferos y no mamíferos poseen en su ADN éste gen: compartir genes es la regla en el mundo natural, no la excepción1. Entonces, ¿dónde reside la diferencia?

En realidad, las diferencias son mínimas. Genéticamente hablando, la secuencia del gen humano que codifica la proteína FOXP2 es muy similar a la secuencia del ratón, y virtualmente idéntica a la del chimpancé. De los 715 aminoácidos que componen la secuencia, el chimpancé difiere en sólo dos
aminoácidos respecto a la secuencia humana; el ratón difiere en tres aminoácidos, y entre las secuencias del ratón y el chimpancé sólo existe una diferencia en aminoácidos2.

Sin embargo, en términos de capacidad lingüística, las diferencias son abismales. Más aún, el gen FOXP2 se encuentra altamente conservado entre las especies, por lo que la proteína que codifica dicho gen es muy antigua. Con las técnicas de reconstrucción de genomas de homínidos desaparecidos desarrolladas por el equipo de Svante Pääbo, ahora sabemos que el gen FOXP2 lo poseían también los neandertales y los denisovanos, de quienes nos separamos hace más de 200,000 años2.

Las investigaciones han ido más allá. Se logró modificar genéticamente a un grupo de ratones con la variante humana del gen FOXP2. No se obtuvieron ratones parlantes pero a las dos semanas de nacidos emitían chillidos significativamente diferentes a los ratones sin el gen humano FOXP23.

Aquí quiero aprovechar para tomar un breve detour. Con los recientes avances en las técnicas de edición genética, el futuro descrito por Michael Chrichton–el Mary Shelley del siglo XXI según el Dr. Craig Venter– en su novela Next no luce tan descabellado. En Next aparece un orangután modificado genéticamente y parlanchín que profiere insultos en francés y holandés.

Más aún, recuerdo el caso de una miniserie de 1988 titulada El Primogénito (First born), donde un genetista logra una cruza viable entre humano y gorila. El resultado es un bebé que tiene problemas para vocalizar pero que con ayuda de cirugía, logra vocalizar como un ser humano normal.

Estudios posteriores en ratones han permitido conocer cómo el gen FOXP2 tiene un impacto en la formación de ramificaciones entre neuronas y cómo éstas procesan las señales en regiones específicas del cerebro relacionadas con aprendizaje motor4. De esta manera, con las nuevas técnicas de edición genética se está abriendo la posibilidad de ayudar a reparar las mutaciones asociadas al gen FOXP2.

Por otro lado, también es tentador saber qué ocurre cuando tenemos un exceso o sobre expresión del gen FOXP2. ¿Los premios Nobel de literatura tendrán un exceso de FOXP2? ¿Y los políticos? O bien, ¿todos aquellos que llamamos “personas sociables”? De momento no lo sabemos. Sin embargo, sí existen algunos resultados en el caso contrario. Sorpresivamente, ahora se sabe que silenciar el gen FOXP2 podría promover la metástasis en cáncer de mama5.

Como vemos, es fácil caer en el espejismo simplista de creer que un gen codifica una función en particular. Pero la biología es más profunda que eso. Es como intentar reconstruir las palabras en un libro cuando sólo se es capaz de identificar los signos de puntuación, algunas letras aquí y allá, además de algunas referencias a secciones del texto que aún no se ha comprendido del todo.

El entorno también tiene voz y voto. Un ejemplo abordado en la pantalla grande es el caso de Nell, una mujer (interpretada por Jodie Foster ) que ha vivido apartada del mundo en compañía de su hermana y madre (algo similar a los niños ferales), la cual padecía un trastorno del lenguaje. En esas condiciones de aislamiento, Nell es capaz de desarrollar un lenguaje propio que otros tendrán que aprender a descifrar. En ésta película queda–al menos para mí–más que patente la asombrosa (¿prodigiosa?) capacidad del cerebro humano de traducir sonidos en señales electromagnéticas que dotan de sentido a nuestras experiencias sensoriales. Recordemos, desde un punto de vista físico, las palabras no son más que vibraciones producidas por nuestras cuerdas vocales y transportadas por un fluido (el aire), tradicionalmente captadas por nuestros oídos y, sin embargo, esas vibraciones crean realidades y un enorme abanico de emociones al llegar a nuestro cerebro. Esto queda muy bien ejemplificado en la iconografía mesoamericana con el empleo de las volutas o vírgulas de la palabra (agradezco a Dårlig Ulv por haberme mencionado el término «vírgula»): representación pictórica de cómo la palabra «cabalga» en el aire y se transmite. Más aún, hay evidencia de que estas vírgulas también se usaban para describir los olores, representándolos con rasgos zoomorfos, es decir, rasgos de animales.

La actriz Jodie Foster fue nominada al Oscar como Mejor Actriz en 1995 por su interpretación.

Ciertamente, indagar gen por gen, así como sus interacciones positivas y negativas, es una tarea titánica, que muy probablemente requiera el uso de algoritmos matemáticos (i.e. IA, Machine Learning) para hallar correlaciones entre genes (y sus combinaciones) y ciertos rasgos de interés (la inteligencia seguro está en el top ten). Como nos recuerda Paul Auster–un artesano del lenguaje precisamente:

“El mundo no es sólo la suma de las cosas que contiene. Es la red infinitamente complicada de conexiones entre éstas. Lo mismo que el significado de las palabras, las cosas adquieren significado sólo en sus relaciones mutuas.”

La Invención de la soledad.

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Referencias

[1] V. M. L. Martínez, «Sobre el significado del descubrimiento del gen FOXP2»ELUA. Estudios de Lingüística., nº 20, pp. 177-207, 2006.

[2] W. Enard, M. Przeworski, S. E. Fisher, C. S. L. Lai, V. Wiebe, T. Kitano, A. P. Monaco y S. Pääbo, «Molecular evolution of FOXP2, a gene involved in speech and language,» Nature, vol. 418, pp. 869-872, 2002. https://doi.org/10.1038/nature01025

[3] W. Enard, S. Gehre, K. Hammerschmidt, S. M. Hölter, T. Blass, M. Somel, M. K. Brückner, C. Schreiweis, C. Winter, R. Sohr, L. Becker y V. Wiebe, «A Humanized Version of Foxp2 Affects,» Cell, vol. 137, pp. 961-971, 2009. 10.1016/j.cell.2009.03.041

[4] M. R. D. Elvira, «Ratoncitos con un gen humano del lenguaje chillan,» El País, 28 Mayo 2009.

[5] B. G. Cuiffo, A. Campagne, G. W. Bell, A. Lembo, F. Orso, E. C. Lien, M. K. Bhasin, M. Raimo, S. E. Hanson, A. Marusyk, D. El-Ashry, P. Hematti, K. Polyak y F. Mechta-Grigoriou, «MSC-Regulated MicroRNAs Converge on the Transcription Factor FOXP2 and Promote Breast Cancer Metastasis,» Cell Stem Cell, pp. 762-774, 2014. https://doi.org/10.1016/j.stem.2014.10.001

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