El pensamiento científico bajo asedio

Nikolái Ivánovich Vavílov fue un botánico y genetista de origen ruso. Su trágica historia conviene recordarla ante los recientes sucesos políticos, así como de la mala administración de la ciencia en México.

Proveniente de una familia acomodada (o burguesa), Vavílov asistió en 1906 a la Academia de Agricultura Petrovskaya, con una memoria fresca de la hambruna que asoló a Rusia en 1892. Allí se dio cuenta que las técnicas agrícolas utilizadas en Rusia se encontraban muy por detrás de las técnicas y resultados en otras partes de Europa y Estados Unidos. Por ello, decidió trabajar con ahínco para acabar con el hambre en su país.

Tras diversos viajes (muchas veces en condiciones geográficas y políticas adversas) logró reunir unas 250,000 semillas de plantas cultivables y sus variedades; la colección más extensa en su tipo en el mundo. Sus méritos científicos lo llevaron a ocupar en 1930 el cargo de director del Instituto de Genética de la Academia de Ciencias de la URSS.

Tres años antes del nombramiento de Vavílov, otro científico, Trofil Lysenko, nacido en una familia campesina que se había abierto paso a golpe de inteligencia y astucia en el mundo académico, mostraba en un reportaje del periódico Pravda su trabajo sobre cómo cambiar el tiempo de germinación de las semillas exponiéndolas a diferentes periodos de temperaturas frías. A este proceso le llamó «vernalización». Aunque dicho proceso se conocía desde 1858, Lysenko se abanderó como su descubridor y próximo salvador de la falta de alimento en la Unión Soviética.

Otra de las «afirmaciones» de Lysenko era que las plantas podrían ser «educadas» para que el cambio en el tiempo de germinación se volviera hereditario después de practicar la «vernalización» en múltiples generaciones. Pero esta idea ya había sido desacreditada científicamente sobre las bases de la genética desarrollada por Mendel, entre otros.

Lysenko fue astuto para leer los movimientos políticos e ideológicos por lo que atravesaba la Unión Soviética, logrando escalar a las cumbres más altas de la jerarquía científica (dos veces galardonados con la Orden de Lenin, Presidente de la Academia Lenin de Ciencias Agrícolas de la URSS). Desde su posición políticamente privilegiada, Lysenko asedió a Vavílov y sus defensores, llegando a prometer que haría crecer nuevas variedades de trigo en un lapso de 3 años en lugar de los 12 que afirmaba Vavílov. Por un lado, Lysenko jugaba con reglas políticas, mientras que por el otro, Vavílov lo hacía con las reglas de la ciencia.

Eventualmente, Lysenko desmanteló el instituto donde trabajaba Vavílov, hasta que en 1940 la policía secreta lo arrestó a él y sus colaboradores. Su sentencia de muerte fue conmutada por un encarcelamiento de por vida, hasta que murió de hambre (lo que son las cosas) en 1943 en la prisión de Saratov. Otros de sus colaboradores fueron ejecutados.

Todo esto fue posible porque la «élite» política en el poder creía que «los expertos, en virtud de su educación y función, eran miembros de la burguesía y se los miraba con recelo en Rusia«. Así, se terminó reemplazando a los intelectuales «con campesinos destacados y otros miembros del proletariado, incluso si no estaban capacitados y no eran aptos para sus nuevos puestos«.

Burgueses versus campesinos; «fifís» versus «chairos»; ciencia «burguesa» versus ciencia «neoliberal». ¿Les suena de algo?

Miguel León Portilla, en su discurso de aceptación a la Medalla Belisario Domínguez en 1995, titula la penúltima sección «Educación: prioridad nacional». Transcribo íntegramente dos párrafos que destacan por su claridad y elocuencia:

La historia, la nuestra, contemplada no con enfoque patriotero sino realista y crítico nos encamina hacia otra necesaria respuesta. Me refiero sólo a aquello que puede hacernos responsables, capaces y libres: la educación en su sentido más amplio y noble. Bien valoraron su trascendental importancia hombres como José Vasconcelos, consumadas las luchas de la Revolución.

[…]

Logro alcanzado en las décadas recientes ha sido la formación de cuadros de profesionales e investigadores en varias ramas del saber. Aprovechar sus conocimientos es también de interés prioritario. Sólo así podrá superarse esa otra manera de vivir de prestado que es la del saber y la técnica desarrollados más allá de nuestras fronteras. La educación, los conocimientos y la formación que a través de ella pueden adquirirse, sin ser inmediata panacea, abrirán en definitiva el camino a la respuesta que todos buscamos. Hombres y mujeres preparados, responsables, con sentido crítico y conciencia del legado de su historia y cultura, integrarán un pueblo decidido a librarse de vivillos y corruptos, dueño de su presente y previsor en la forja de su destino».

No creo que sea casualidad que de la palabra «asedio» se pueda construir también «odisea»: la educación, la generación de conocimiento, están bajo asedio, y será toda una odisea limpiar el camino de las minas ideológicas que interfieren con nuestro progreso como nación. No será inmediato, pero vale la pena.

A propósito de la más reciente confrontación entre el Conacyt y la comunidad científica, i.e. aprobación del reglamento del Sistema Nacional de Investigadores (SNI) y sus criterios de evaluación, comento brevemente en mi columna las bondades de promover una red de colaboraciones científicas para el avance y generación de conocimiento de alto impacto.

Este artículo se publicó originalmente en el portal de Cadena Política el 18 de agosto de 2022.

Aviso: Esta columna entrará en receso por tiempo indefinido. Agradezco a todos los lectore(a)s que le han dado vida a este espacio a lo largo de un año. Gracias por su amable compañía durante este tiempo.

Politizar la ciencia

Además de los hechos violentos transcurridos durante la última semana, también ha habido un bullicio mediático en torno a las personas que dirigen las instituciones gubernamentales íntimamente relacionadas con la formación de recursos humanos y la impartición y generación de conocimiento en México: el Consejo Nacional de Ciencia y Tecnología (Conacyt), y la Secretaría de Educación Pública (SEP).

Por un momento se rumoreó la posibilidad de que la titular del Conacyt, la Dra. María Elena Álvarez Buylla, fuera nombrada la nueva titular de la SEP ante la próxima salida de su actual titular, Delfina Gómez, quien está perfilando su campaña para la gubernatura del Estado de México. Finalmente, el titular del Ejecutivo esfumó el rumor al designar a Leticia Ramírez Amaya, Directora de Atención Ciudadana en el Gobierno Federal, como la nueva titular de la SEP, nombramiento no exento de críticas toda vez que, nuevamente, parece valorarse más la lealtad que la capacidad para ocupar un puesto.

Sin embargo, si de capacidades hablamos, desde su creación en 1971, es la primera vez que el Conacyt tiene en su dirección a una científica que cuenta en su curriculum con uno de los máximos galardones que el Gobierno de la República puede otorgar: el Premio Nacional de Ciencias y Artes.

Creado por decreto presidencial en diciembre de 1944 durante el mandato del Presidente Manuel Ávila Camacho, el Premio Nacional de Ciencias y Artes “es un estímulo instituido por el Estado, para enaltecer las mejores expresiones de los mexicanos de excepción, de gran importancia para la cultura y la ciencia, así como para el desarrollo nacional”.

Y lo que son las cosas, el antecedente al Premio Nacional de Ciencias y Artes se puede hallar “en la filosofía de José Vasconcelos (el “Apóstol de la Educación”, como también se le llegó a conocer al Secretario de Instrucción Pública durante la presidencia de Álvaro Obregón) acerca del progreso social, obtenido a través del trabajo, el uso de la razón y de la conciencia de lo que se puede y se debe hacer con el conocimiento”.

Así, pues, tenemos que en 2017 la actual titular del Conacyt recibió de manos del ex-presidente Peña Nieto el galardón en el área de Ciencias Físico-Matemáticas y Naturales. A pesar de ello, no parece estar honrando aquella visión de José Vasconcelos de “progreso social”, así como tampoco queda claro qué uso le está dando a la razón y la conciencia para transformar a la Ciencia, Tecnología e Innovación (CTI) en México.

El ejemplo de incongruencia más reciente del Conacyt lo constituye la publicación del reglamento del Sistema Nacional de Investigadores (SNI), del cual ha habido varios en lo que va del sexenio. Por un lado, con el inicio de la recepción de solicitudes mediante la convocatoria 2022 para ingreso, permanencia o promoción en el SNI, se puede leer en la página principal que:  “Las modificaciones al reglamento del SNI son el resultado del análisis y hallazgos que derivan de la operación de este programa, de consultas con expertos, de investigadores y docentes. De esta manera, el nuevo reglamento del Sistema Nacional de Investigadores se centra en el reconocimiento al desempeño integral de las investigadoras y los investigadores, privilegiando el análisis de trayectorias sólidas y colaborativas y no solo su desempeño en el periodo previo a la evaluación”.

Por otro lado, es el mismo Conacyt el que establece en sus criterios de evaluación que “En caso que un artículo haya sido elaborado por más de cuatro autores el elemento se prorrateará entre el número de personas que hayan intervenido en su elaboración.” Contradicción.

Entonces, ¿en qué quedamos? ¿Conacyt privilegia la colaboración sí o no? Todo parece indicar que no. Inclusive si, tras el golpeteo mediático parece ser que dicha cláusula desaparecerá, no hay nada seguro. ¿Cómo confiar en la Dirección de Conacyt cuando ni siquiera tienen claro cuestiones de sentido común y congruencia con lo que se escribe que se desea con aquello que se plantea para promover y evaluar el desarrollo científico de este país?

La indiferencia de la comunidad científica como grupo ha permitido que la institución que regula los fondos para la ciencia, la tecnología e innovación sea un aparato burocrático obscuro que no refleja el valor de la comunidad científica que se ha forjado a lo largo de escaso medio siglo.

José Antonio de la Peña & Alicia Ortega, Populismo, posverdad y ciencia, en “Populismo y globalización en el siglo XXI”

Quizá no se trata de inventar el hilo negro sino de voltear a ver otros estudios que se han hecho en cuanto a cómo evoluciona la ciencia. Un estudio del 2018 publicado por la revista Scienceseñala que “La ciencia puede ser descrita como una red compleja, autoorganizada y en evolución de académicos, proyectos, artículos e ideas. Esta representación ha revelado patrones que caracterizan el surgimiento de nuevos campos científicos a través del estudio de las redes de colaboración y el camino de descubrimientos impactantes a través del estudio de redes de citas”. El estudio de esta red de colaboraciones científicas resalta la importancia que ha adquirido la formación de equipos multidisciplinarios, colaborativos, en la producción de conocimiento de alto impacto durante un siglo. Me viene a la mente el hito científico que constituyó la publicación de la secuenciación del genoma humano en 2001. El artículo viene firmado por más de 265 autores de diversas instituciones, y seguramente hubo muchos más que no aparecen en ese listado pero cuya labor aportó su granito de arena para contar, por primera vez, con un borrador del mapa genómico del ser humano.

Tampoco se trata de catalogar a la ciencia como “neoliberal”, sino de comprender cómo funciona y sacarle el mejor provecho al talento de los ciudadanos que desean expandir las fronteras del conocimiento: allí reside el progreso social al que se refería José Vasconcelos en esta era dominada precisamente por el conocimiento. Por ello es que se vuelve prioritario seguir defendiendo el desarrollo de la CTI: dejarla en manos de aquellos a quienes por simple idealismo o búsqueda de poder quieren establecer un control y censura ideológicos sería como colocarle un clavo más al ataúd en el que se encuentra aletargada la ciencia en México.

Los autores que dan cita al epígrafe a ésta columna se preguntan si “¿Acaso la curiosidad científica debe calificarse de acuerdo con el sistema politico imperante? ¿Es entonces la ciencia a partir de 2018 en México una ciencia populista?” Recordemos: “los resultados de la ciencia basada en el mérito de las sociedades liberales y pluralistas son ampliamente superiores a los de la ciencia ideológicamente controlada de la (desaparecida) U.R.S.S. y otros regímenes totalitarios”.

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La ciencia siempre es política.

«Sign-Diapers-+-Politicians-Should-Be-Changed» by Stefan Leijon is marked with CC BY-ND 2.0.

El 5 de julio de 1963, en presencia del entonces presidente de México, Adolfo López Mateos, se inauguró públicamente el Centro de Investigación y de Estudios Avanzados (CIEA) del Instituto Politécnico Nacional (IPN). Dicho centro es ahora mejor conocido como Cinvestav. Y su primer director y fundador fue el renombrado científico mexicano el Dr. Arturo Rosenblueth Sterns. Aunque el decreto de creación del (ahora) Cinvestav fue firmado por el presidente Adolfo López Mateos en abril de 1961, para 1963 ya había formado recursos humanos con los grados de doctor y maestría.

Para 1965, y con el cambio de sexenio, le toca al presidente Gustavo Díaz Ordaz inaugurar los departamentos de Física, Química e Ingeniería Química del Cinvestav. En el ambiente se percibe un optimismo por la buena condición financiera del recién creado centro de investigación; hay confianza en que el apoyo financiero seguirá dándose en años posteriores.

Sin embargo, meses después, vienen cambios en la normativa federal, los cuales obligan al centro a integrarse al rubro de empresas descentralizadas, entre otras regulaciones que, eventualmente, condujeron a problemas financieros y posteriores tensiones con la propia presidencia de la República.

Si bien Arturo Rosenblueth pensaba que “la ciencia es un patrimonio de la humanidad entera, exenta de matices sectarios, raciales o nacionales”, algo que también es estrictamente necesario (aunque a veces se quiera idealizar a la ciencia) es el adecuado cabildeo político con quienes detentan el poder en el sexenio en curso para “asegurar” la inversión en ciencia, o al menos que no decrezca.

Mantener el poco (¿ínfimo?) apoyo a ciencia y tecnología parece ser algo en lo que los políticos parecen estar de acuerdo sin importar el color de su partido. Eso sí, ninguno de ellos duda en colocar (¿cantinflear?) en su discurso que la ciencia, tecnología e innovación son “motores de progreso” y, además, en el camino, también son capaces de reducir la desigualdad social. Es decir, puro pantallazo.

Si el propio Estado no cumple lo estipulado en la Ley de Ciencia y Tecnología, ¿cómo solventar entonces la falta de recursos? Uno podría pensar que el sector privado e industrial podría lanzar una tabla de salvación, pero tampoco. Según el INEGI, el gasto en Investigación y Desarrollo Tecnológico del sector productivo como proporción del PIB en 2016 fue del 0.1 % (no encontré más datos en el INEGI sobre años más recientes). En otras palabras, existe una enorme desvinculación entre el sector productivo y las actividades de ciencia, tecnología e innovación.

Lo anterior no siempre parece haber sido así. Vuelvo al caso del Cinvestav, cuando recién comenzaba y lo dirigía el Dr. Rosenblueth. Adicionalmente a los apoyos federales y donativos del propio IPN, el Cinvestav también contó con donaciones importantes por parte de Altos Hornos de México, del National Institute of Health de Estados Unidos, y de la Fundación Ford. En particular, hay una que me llama la atención, y que creo que habla de la visión «no abarrotera» (por llamarlo de alguna manera) de cierto tipo de industrial. En una visita al centro de investigación, el ingeniero G. Hugo Beeckman, en aquel entonces director general de Teléfonos de México, S. A. «espontáneamente y a título personal, ofreció donar al Centro [ahora Cinvestav] acciones de Teléfonos de México, S. A., con valor nominal de un millón de pesos y que se cotizan en la actualidad con un valor de un millón ciento veinticinco mil pesos. El Ing. Beekcman puso solamente dos condiciones al hacer este donativo. 1) Que se incorpore al fondo patrimonial del Centro y se utilicen solamente los dividendos para los fines del mismo y 2) Que se de un mínimo de publicidad a este donativo.»

A lo mejor el sector privado e industrial sigue realizando este tipo de donaciones y solo no se publicitan adecuadamente o yo no me las he topado. Si Ud. sabe de alguna, me encantaría conocer el dato.

Esta semana, motivado por una reunión en la Cámara de Diputados sobre Ciencia, Tecnología e Innovación, escribo sobre mis breves impresiones acerca del evento.

Este artículo se publicó originalmente en el portal de Cadena Política el 30 de marzo de 2022.

los políticos hablan sobre ciencia, tecnología e innovación.

Debo decir que recibí con sorpresa un correo electrónico el 18 de marzo a nombre de la Comisión de Ciencia y Tecnología del Senado de la República y la Comisión de Ciencia, Tecnología e Innovación de la Cámara de Diputados, presidida por el presidente de la Comisión de Ciencia y Tecnología del Senado de la República, el Senador Jorge Carlos Ramírez Marín, y el presidente de la Comisión de Ciencia, Tecnología e Innovación de la Cámara de Diputados, el Diputado Javier López Casarín. El correo contenía una invitación para seguir el evento de “Presentación de Trabajo en Conferencia de la Comisión de Ciencia y Tecnología del Senado de la República y de la Comisión de Ciencia, Tecnología e Innovación de la Cámara de Diputados”, el cual se transmitiría de forma virtual el miércoles 23 de marzo del año en curso en punto de las 10:00 de la mañana.

¿De qué trataría el evento en específico? ¿Qué se presentaría concretamente? La invitación no lo decía. Tampoco se mostraba una agenda del día o lista de invitados o ponentes a dicha presentación. Llegado el día, y pasados casi treinta minutos después de la hora estipulada, comenzó el evento.

Las palabras de introducción y bienvenida estuvieron a cargo de la presidenta de la Cámara de Senadores, la Senadora Olga Sánchez Cordero. De su breve intervención (se retiró a los 14 minutos aproximadamente de haber comenzado el evento), rescato y transcribo algunos extractos que definen su visión sobre el tema de ciencia, tecnología e innovación. Por ejemplo, de manera general menciona que trabajarán “sobre los marcos normativos vigentes para que puedan sentar las bases de los principios de equidad, de responsabilidad, de transparencia, de igualdad. Es una prioridad porque con ellos nos estamos encaminando al desarrollo de tecnologías confiables y seguras para toda nuestra población. Debemos acercar a todas y todos los jóvenes a romper la barrera tecnológica.”

Olga Sánchez Cordero también mencionó que “el trabajo que se lleva a cabo en estas comisiones en las que se busca la innovación en los aspectos tecnológicos y científicos ya sea en el campo de la informática, de la biología, de la medicina, de la salud y de tantas otras materias sigan siendo una herramienta en favor de la sociedad, un detonante del desarrollo que impulse a las nuevas generaciones de muchas mexicanas y mexicanos para que ellas y ellos alcancen sus sueños y sus objetivos. Por el bien de todas y de todos hagamos que la tecnología y la innovación sigan siendo nuestras aliadas y nunca una amenaza.

Desearía que los políticos fueron mejores en cuanto a ciencia. Eso ayudaría mucho […] De hecho, en China, ellos [los políticos] son muy buenos en ciencia.

Respuesta de Elon Musk al preguntársele qué cambiaría para que la innovación crezca. The Joe Rogan Experience #1169.

A continuación, el presidente de la Comisión de Ciencia y Tecnología, el senador Jorge Carlos Ramírez Marín, reconoció que “través de la ciencia y tecnología es como podemos crear ese imaginario colectivo que nos lleve a diseñar un estilo, un tipo, una forma, de sociedad que al mismo tiempo que sea competitiva frente al resto de los países del mundo sobre todo pueda dejar satisfechas las aspiraciones de la sociedad del colectivo mexicano.”

Todo esto ya iba siendo hora, ya que la Ley de Ciencia y Tecnología lleva más de un año de demora. Desde que en mayo de 2019 se modificara el Artículo 3° de la Constitución Política de los Estados Unidos Mexicanos se viene esperando un nuevo marco normativo en materia de ciencia y tecnología, ya que el inciso V del citado artículo—las negritas son mías—establece que:

“Toda persona tiene derecho a gozar de los beneficios del desarrollo de la ciencia y la innovación tecnológica. El Estado apoyará la investigación e innovación científica, humanística y tecnológica, y garantizará el acceso abierto a la información que derive de ella, para lo cual deberá proveer recursos y estímulos suficientes, conforme a las bases de coordinación, vinculación y participación que establezcan las leyes en la materia; además alentará el fortalecimiento y difusión de nuestra cultura.”

Sin embargo, tanto en éste como en sexenios anteriores, el apoyo a la ciencia y tecnología no ha logrado ser del 1 % del Producto Interno Bruto (PIB) del país, como lo estipula la Ley de Ciencia y Tecnología vigente. De hecho, 2019 y 2020 fueron años de “vacas muy flacas” para la inversión en ciencia y tecnología: 0.284 y 0.3 % del PIB, respectivamente, según los datos de la OECD. Y la tendencia es que estos niveles bajos de inversión se mantengan en lo que resta del sexenio, como lo manifiesta un análisis del presupuesto del 2022 asignado a ciencia y tecnología que evidencia la erosión en este rubro. Por esta razón, no entiendo en qué sentido buscan hacer a la ciencia, tecnología e innovación “nuestras aliadas y nunca una amenaza”. Los datos muestran más bien todo lo contrario: ni aliadas y bajo asedio están estos “motores de transformación”, como se le llamó a la terna de ciencia, tecnología e innovación durante la reunión.

Vivir fuera del presupuesto es vivir en el error.

César Garizurieta Erenzweig, alias el Tlacuache.

Más aún, en otro momento de la reunión, el propio Senador Ricardo Monreal mencionó que “la ciencia y tecnología y la innovación son los elementos que deben guiar el desarrollo de las naciones”. Con los montos de inversión a ciencia y tecnología vigentes, además de los distintos conflictos en los que se ha visto envuelto el Consejo Nacional de Ciencia y Tecnología (CONACyT) encabezado por la Dra. María Elena Álvarez Buylla—quien por cierto, no asistió al evento ni tampoco envió representante oficial; las ausencias también son mensajes—sólo están guiando a la nación al atraso más abyecto en un momento en el que la pandemia ha dejado más que patente en muchas dimensiones lo indispensable que es contar con instituciones y recursos humanos de calidad en el ámbito científico. No es momento de ser austeros con “los [verdaderos] motores de transformación”.

Otro de los presentes al que se le cedió el uso de la palabra fue al presidente de la Mesa Directiva de la Cámara de Diputados, el diputado Sergio Carlos Gutiérrez Luna quien, al reflexionar sobre la pregunta “¿Qué necesitamos en México?”, contestó que es necesario “un marco normativo adecuado que es el que trabajarán en conferencia y presupuesto, siempre es el reto el presupuesto en ciencia y tecnología, y en otros tantos rubros. Nosotros como cámara de diputados nos llevaremos el compromiso de analizar el tema presupuestal, fortalecerlo hacia futuro visualizando y teniendo mucha claridad de que el desarrollo de las naciones tiene que ir de la mano con el de la ciencia y tecnología.”

Así, pues, si la reunión convocada fue el pistoletazo de salida para la creación de una nueva Ley de Ciencia y Tecnología, me resulta llamativa (por decirlo suavemente) la ausencia de un plan concreto para invertir ese 1 % del PIB (por lo menos, para hacer cumplir la ley). ¿Cuál era el impedimento o deficiencias en la normativa vigente antes del cambio de sexenio que impedía comenzar por invertir ese 1 % del PIB mientras se planificaba el nuevo proyecto de ley durante el sexenio? Esto no se trató a detalle en la reunión. Más bien, la reunión tenía por objeto el anuncio a los medios de comunicación “que la Ley de Ciencia y Tecnología que habrá de producirse en esta legislatura será trabajada en conferencia, es decir, senadores y diputados al mismo tiempo para sacar un solo producto legislativo en consenso y darle a la sociedad mexicana desde el punto de vista legislativo, desde el deber ser, que vamos a imponer en esta ley darle a la sociedad mexicana el futuro que se merece”, en palabras del propio presidente de la Comisión de Ciencia y Tecnología, el senador Jorge Carlos Ramírez Marín. Veremos si se cumple en tiempo y forma tal declaración.

¿Hay esperanzas de que se cumpla la inversión por parte del Estado de, por lo menos, el 1 % del PIB en ciencia y tecnología? Mi hipótesis es que no sucederá (ojalá resulte falsa mi hipótesis). Por un lado, pareciera que la clase política mexicana está interesada en ciencia y tecnología sólo en el discurso y no en su fortalecimiento y mantenimiento a largo plazo, que es lo que realmente requiere. Por otro, se tiene una “comunidad científica” que no ha sido capaz de cabildear políticamente que se cumpla lo estipulado en la ley. Ahora, ante la política de austeridad, esa misma comunidad científica, además de no cejar en el empeño por que se cumpla la ley, y ser escuchada en la redacción de la nueva propuesta de ley a pesar de los conflictos con la titular del CONACyT, tiene que buscar alternativas de financiación que podrían ir contracorriente de la normativa imperante en sus respectivos centros o institutos de investigación, donde la “agilidad burocrática” jugará un papel importante.

En conclusión, después de presenciar los 53 minutos que duró el evento (video que pueden consultar aquí), me hicieron recordar las palabras de Octavio Paz en El laberinto de la soledad, cuando menciona “nuestra predilección por la ceremonia, las fórmulas y el orden […] La preferencia por la Forma, inclusive vacía de contenido.” Espero de verdad que la devoción a la Forma no ahogue una vez más a la sociedad mexicana en su lento y lastimoso avance entre las sociedades del conocimiento.

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Referencias consultadas

  1. Ruth Guzik Glantz. Arturo Rosenblueth 1900-1970. El Colegio Nacional. Cinvestav. 2018.

2. José Antonio de la Peña (editor). Estado actual y prospectiva de la ciencia en México. Academia Mexicana de Ciencias, Marzo 2003. (Pueden conseguir el libro de manera gratuita si se ponen en contacto con la Academia Mexicana de Ciencias. Al menos así lo conseguí yo estando en la ciudad de México).