Nikolái Ivánovich Vavílov fue un botánico y genetista de origen ruso. Su trágica historia conviene recordarla ante los recientes sucesos políticos, así como de la mala administración de la ciencia en México.

Proveniente de una familia acomodada (o burguesa), Vavílov asistió en 1906 a la Academia de Agricultura Petrovskaya, con una memoria fresca de la hambruna que asoló a Rusia en 1892. Allí se dio cuenta que las técnicas agrícolas utilizadas en Rusia se encontraban muy por detrás de las técnicas y resultados en otras partes de Europa y Estados Unidos. Por ello, decidió trabajar con ahínco para acabar con el hambre en su país.

Tras diversos viajes (muchas veces en condiciones geográficas y políticas adversas) logró reunir unas 250,000 semillas de plantas cultivables y sus variedades; la colección más extensa en su tipo en el mundo. Sus méritos científicos lo llevaron a ocupar en 1930 el cargo de director del Instituto de Genética de la Academia de Ciencias de la URSS.

Tres años antes del nombramiento de Vavílov, otro científico, Trofil Lysenko, nacido en una familia campesina que se había abierto paso a golpe de inteligencia y astucia en el mundo académico, mostraba en un reportaje del periódico Pravda su trabajo sobre cómo cambiar el tiempo de germinación de las semillas exponiéndolas a diferentes periodos de temperaturas frías. A este proceso le llamó «vernalización». Aunque dicho proceso se conocía desde 1858, Lysenko se abanderó como su descubridor y próximo salvador de la falta de alimento en la Unión Soviética.

Otra de las «afirmaciones» de Lysenko era que las plantas podrían ser «educadas» para que el cambio en el tiempo de germinación se volviera hereditario después de practicar la «vernalización» en múltiples generaciones. Pero esta idea ya había sido desacreditada científicamente sobre las bases de la genética desarrollada por Mendel, entre otros.

Lysenko fue astuto para leer los movimientos políticos e ideológicos por lo que atravesaba la Unión Soviética, logrando escalar a las cumbres más altas de la jerarquía científica (dos veces galardonados con la Orden de Lenin, Presidente de la Academia Lenin de Ciencias Agrícolas de la URSS). Desde su posición políticamente privilegiada, Lysenko asedió a Vavílov y sus defensores, llegando a prometer que haría crecer nuevas variedades de trigo en un lapso de 3 años en lugar de los 12 que afirmaba Vavílov. Por un lado, Lysenko jugaba con reglas políticas, mientras que por el otro, Vavílov lo hacía con las reglas de la ciencia.

Eventualmente, Lysenko desmanteló el instituto donde trabajaba Vavílov, hasta que en 1940 la policía secreta lo arrestó a él y sus colaboradores. Su sentencia de muerte fue conmutada por un encarcelamiento de por vida, hasta que murió de hambre (lo que son las cosas) en 1943 en la prisión de Saratov. Otros de sus colaboradores fueron ejecutados.

Todo esto fue posible porque la «élite» política en el poder creía que «los expertos, en virtud de su educación y función, eran miembros de la burguesía y se los miraba con recelo en Rusia«. Así, se terminó reemplazando a los intelectuales «con campesinos destacados y otros miembros del proletariado, incluso si no estaban capacitados y no eran aptos para sus nuevos puestos«.

Burgueses versus campesinos; «fifís» versus «chairos»; ciencia «burguesa» versus ciencia «neoliberal». ¿Les suena de algo?

Miguel León Portilla, en su discurso de aceptación a la Medalla Belisario Domínguez en 1995, titula la penúltima sección «Educación: prioridad nacional». Transcribo íntegramente dos párrafos que destacan por su claridad y elocuencia:

La historia, la nuestra, contemplada no con enfoque patriotero sino realista y crítico nos encamina hacia otra necesaria respuesta. Me refiero sólo a aquello que puede hacernos responsables, capaces y libres: la educación en su sentido más amplio y noble. Bien valoraron su trascendental importancia hombres como José Vasconcelos, consumadas las luchas de la Revolución.

[…]

Logro alcanzado en las décadas recientes ha sido la formación de cuadros de profesionales e investigadores en varias ramas del saber. Aprovechar sus conocimientos es también de interés prioritario. Sólo así podrá superarse esa otra manera de vivir de prestado que es la del saber y la técnica desarrollados más allá de nuestras fronteras. La educación, los conocimientos y la formación que a través de ella pueden adquirirse, sin ser inmediata panacea, abrirán en definitiva el camino a la respuesta que todos buscamos. Hombres y mujeres preparados, responsables, con sentido crítico y conciencia del legado de su historia y cultura, integrarán un pueblo decidido a librarse de vivillos y corruptos, dueño de su presente y previsor en la forja de su destino».

No creo que sea casualidad que de la palabra «asedio» se pueda construir también «odisea»: la educación, la generación de conocimiento, están bajo asedio, y será toda una odisea limpiar el camino de las minas ideológicas que interfieren con nuestro progreso como nación. No será inmediato, pero vale la pena.

A propósito de la más reciente confrontación entre el Conacyt y la comunidad científica, i.e. aprobación del reglamento del Sistema Nacional de Investigadores (SNI) y sus criterios de evaluación, comento brevemente en mi columna las bondades de promover una red de colaboraciones científicas para el avance y generación de conocimiento de alto impacto.

Este artículo se publicó originalmente en el portal de Cadena Política el 18 de agosto de 2022.

Aviso: Esta columna entrará en receso por tiempo indefinido. Agradezco a todos los lectore(a)s que le han dado vida a este espacio a lo largo de un año. Gracias por su amable compañía durante este tiempo.

Politizar la ciencia

Además de los hechos violentos transcurridos durante la última semana, también ha habido un bullicio mediático en torno a las personas que dirigen las instituciones gubernamentales íntimamente relacionadas con la formación de recursos humanos y la impartición y generación de conocimiento en México: el Consejo Nacional de Ciencia y Tecnología (Conacyt), y la Secretaría de Educación Pública (SEP).

Por un momento se rumoreó la posibilidad de que la titular del Conacyt, la Dra. María Elena Álvarez Buylla, fuera nombrada la nueva titular de la SEP ante la próxima salida de su actual titular, Delfina Gómez, quien está perfilando su campaña para la gubernatura del Estado de México. Finalmente, el titular del Ejecutivo esfumó el rumor al designar a Leticia Ramírez Amaya, Directora de Atención Ciudadana en el Gobierno Federal, como la nueva titular de la SEP, nombramiento no exento de críticas toda vez que, nuevamente, parece valorarse más la lealtad que la capacidad para ocupar un puesto.

Sin embargo, si de capacidades hablamos, desde su creación en 1971, es la primera vez que el Conacyt tiene en su dirección a una científica que cuenta en su curriculum con uno de los máximos galardones que el Gobierno de la República puede otorgar: el Premio Nacional de Ciencias y Artes.

Creado por decreto presidencial en diciembre de 1944 durante el mandato del Presidente Manuel Ávila Camacho, el Premio Nacional de Ciencias y Artes “es un estímulo instituido por el Estado, para enaltecer las mejores expresiones de los mexicanos de excepción, de gran importancia para la cultura y la ciencia, así como para el desarrollo nacional”.

Y lo que son las cosas, el antecedente al Premio Nacional de Ciencias y Artes se puede hallar “en la filosofía de José Vasconcelos (el “Apóstol de la Educación”, como también se le llegó a conocer al Secretario de Instrucción Pública durante la presidencia de Álvaro Obregón) acerca del progreso social, obtenido a través del trabajo, el uso de la razón y de la conciencia de lo que se puede y se debe hacer con el conocimiento”.

Así, pues, tenemos que en 2017 la actual titular del Conacyt recibió de manos del ex-presidente Peña Nieto el galardón en el área de Ciencias Físico-Matemáticas y Naturales. A pesar de ello, no parece estar honrando aquella visión de José Vasconcelos de “progreso social”, así como tampoco queda claro qué uso le está dando a la razón y la conciencia para transformar a la Ciencia, Tecnología e Innovación (CTI) en México.

El ejemplo de incongruencia más reciente del Conacyt lo constituye la publicación del reglamento del Sistema Nacional de Investigadores (SNI), del cual ha habido varios en lo que va del sexenio. Por un lado, con el inicio de la recepción de solicitudes mediante la convocatoria 2022 para ingreso, permanencia o promoción en el SNI, se puede leer en la página principal que:  “Las modificaciones al reglamento del SNI son el resultado del análisis y hallazgos que derivan de la operación de este programa, de consultas con expertos, de investigadores y docentes. De esta manera, el nuevo reglamento del Sistema Nacional de Investigadores se centra en el reconocimiento al desempeño integral de las investigadoras y los investigadores, privilegiando el análisis de trayectorias sólidas y colaborativas y no solo su desempeño en el periodo previo a la evaluación”.

Por otro lado, es el mismo Conacyt el que establece en sus criterios de evaluación que “En caso que un artículo haya sido elaborado por más de cuatro autores el elemento se prorrateará entre el número de personas que hayan intervenido en su elaboración.” Contradicción.

Entonces, ¿en qué quedamos? ¿Conacyt privilegia la colaboración sí o no? Todo parece indicar que no. Inclusive si, tras el golpeteo mediático parece ser que dicha cláusula desaparecerá, no hay nada seguro. ¿Cómo confiar en la Dirección de Conacyt cuando ni siquiera tienen claro cuestiones de sentido común y congruencia con lo que se escribe que se desea con aquello que se plantea para promover y evaluar el desarrollo científico de este país?

La indiferencia de la comunidad científica como grupo ha permitido que la institución que regula los fondos para la ciencia, la tecnología e innovación sea un aparato burocrático obscuro que no refleja el valor de la comunidad científica que se ha forjado a lo largo de escaso medio siglo.

José Antonio de la Peña & Alicia Ortega, Populismo, posverdad y ciencia, en “Populismo y globalización en el siglo XXI”

Quizá no se trata de inventar el hilo negro sino de voltear a ver otros estudios que se han hecho en cuanto a cómo evoluciona la ciencia. Un estudio del 2018 publicado por la revista Scienceseñala que “La ciencia puede ser descrita como una red compleja, autoorganizada y en evolución de académicos, proyectos, artículos e ideas. Esta representación ha revelado patrones que caracterizan el surgimiento de nuevos campos científicos a través del estudio de las redes de colaboración y el camino de descubrimientos impactantes a través del estudio de redes de citas”. El estudio de esta red de colaboraciones científicas resalta la importancia que ha adquirido la formación de equipos multidisciplinarios, colaborativos, en la producción de conocimiento de alto impacto durante un siglo. Me viene a la mente el hito científico que constituyó la publicación de la secuenciación del genoma humano en 2001. El artículo viene firmado por más de 265 autores de diversas instituciones, y seguramente hubo muchos más que no aparecen en ese listado pero cuya labor aportó su granito de arena para contar, por primera vez, con un borrador del mapa genómico del ser humano.

Tampoco se trata de catalogar a la ciencia como “neoliberal”, sino de comprender cómo funciona y sacarle el mejor provecho al talento de los ciudadanos que desean expandir las fronteras del conocimiento: allí reside el progreso social al que se refería José Vasconcelos en esta era dominada precisamente por el conocimiento. Por ello es que se vuelve prioritario seguir defendiendo el desarrollo de la CTI: dejarla en manos de aquellos a quienes por simple idealismo o búsqueda de poder quieren establecer un control y censura ideológicos sería como colocarle un clavo más al ataúd en el que se encuentra aletargada la ciencia en México.

Los autores que dan cita al epígrafe a ésta columna se preguntan si “¿Acaso la curiosidad científica debe calificarse de acuerdo con el sistema politico imperante? ¿Es entonces la ciencia a partir de 2018 en México una ciencia populista?” Recordemos: “los resultados de la ciencia basada en el mérito de las sociedades liberales y pluralistas son ampliamente superiores a los de la ciencia ideológicamente controlada de la (desaparecida) U.R.S.S. y otros regímenes totalitarios”.

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Un comentario en “El pensamiento científico bajo asedio

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