El pensamiento científico bajo asedio

Nikolái Ivánovich Vavílov fue un botánico y genetista de origen ruso. Su trágica historia conviene recordarla ante los recientes sucesos políticos, así como de la mala administración de la ciencia en México.

Proveniente de una familia acomodada (o burguesa), Vavílov asistió en 1906 a la Academia de Agricultura Petrovskaya, con una memoria fresca de la hambruna que asoló a Rusia en 1892. Allí se dio cuenta que las técnicas agrícolas utilizadas en Rusia se encontraban muy por detrás de las técnicas y resultados en otras partes de Europa y Estados Unidos. Por ello, decidió trabajar con ahínco para acabar con el hambre en su país.

Tras diversos viajes (muchas veces en condiciones geográficas y políticas adversas) logró reunir unas 250,000 semillas de plantas cultivables y sus variedades; la colección más extensa en su tipo en el mundo. Sus méritos científicos lo llevaron a ocupar en 1930 el cargo de director del Instituto de Genética de la Academia de Ciencias de la URSS.

Tres años antes del nombramiento de Vavílov, otro científico, Trofil Lysenko, nacido en una familia campesina que se había abierto paso a golpe de inteligencia y astucia en el mundo académico, mostraba en un reportaje del periódico Pravda su trabajo sobre cómo cambiar el tiempo de germinación de las semillas exponiéndolas a diferentes periodos de temperaturas frías. A este proceso le llamó «vernalización». Aunque dicho proceso se conocía desde 1858, Lysenko se abanderó como su descubridor y próximo salvador de la falta de alimento en la Unión Soviética.

Otra de las «afirmaciones» de Lysenko era que las plantas podrían ser «educadas» para que el cambio en el tiempo de germinación se volviera hereditario después de practicar la «vernalización» en múltiples generaciones. Pero esta idea ya había sido desacreditada científicamente sobre las bases de la genética desarrollada por Mendel, entre otros.

Lysenko fue astuto para leer los movimientos políticos e ideológicos por lo que atravesaba la Unión Soviética, logrando escalar a las cumbres más altas de la jerarquía científica (dos veces galardonados con la Orden de Lenin, Presidente de la Academia Lenin de Ciencias Agrícolas de la URSS). Desde su posición políticamente privilegiada, Lysenko asedió a Vavílov y sus defensores, llegando a prometer que haría crecer nuevas variedades de trigo en un lapso de 3 años en lugar de los 12 que afirmaba Vavílov. Por un lado, Lysenko jugaba con reglas políticas, mientras que por el otro, Vavílov lo hacía con las reglas de la ciencia.

Eventualmente, Lysenko desmanteló el instituto donde trabajaba Vavílov, hasta que en 1940 la policía secreta lo arrestó a él y sus colaboradores. Su sentencia de muerte fue conmutada por un encarcelamiento de por vida, hasta que murió de hambre (lo que son las cosas) en 1943 en la prisión de Saratov. Otros de sus colaboradores fueron ejecutados.

Todo esto fue posible porque la «élite» política en el poder creía que «los expertos, en virtud de su educación y función, eran miembros de la burguesía y se los miraba con recelo en Rusia«. Así, se terminó reemplazando a los intelectuales «con campesinos destacados y otros miembros del proletariado, incluso si no estaban capacitados y no eran aptos para sus nuevos puestos«.

Burgueses versus campesinos; «fifís» versus «chairos»; ciencia «burguesa» versus ciencia «neoliberal». ¿Les suena de algo?

Miguel León Portilla, en su discurso de aceptación a la Medalla Belisario Domínguez en 1995, titula la penúltima sección «Educación: prioridad nacional». Transcribo íntegramente dos párrafos que destacan por su claridad y elocuencia:

La historia, la nuestra, contemplada no con enfoque patriotero sino realista y crítico nos encamina hacia otra necesaria respuesta. Me refiero sólo a aquello que puede hacernos responsables, capaces y libres: la educación en su sentido más amplio y noble. Bien valoraron su trascendental importancia hombres como José Vasconcelos, consumadas las luchas de la Revolución.

[…]

Logro alcanzado en las décadas recientes ha sido la formación de cuadros de profesionales e investigadores en varias ramas del saber. Aprovechar sus conocimientos es también de interés prioritario. Sólo así podrá superarse esa otra manera de vivir de prestado que es la del saber y la técnica desarrollados más allá de nuestras fronteras. La educación, los conocimientos y la formación que a través de ella pueden adquirirse, sin ser inmediata panacea, abrirán en definitiva el camino a la respuesta que todos buscamos. Hombres y mujeres preparados, responsables, con sentido crítico y conciencia del legado de su historia y cultura, integrarán un pueblo decidido a librarse de vivillos y corruptos, dueño de su presente y previsor en la forja de su destino».

No creo que sea casualidad que de la palabra «asedio» se pueda construir también «odisea»: la educación, la generación de conocimiento, están bajo asedio, y será toda una odisea limpiar el camino de las minas ideológicas que interfieren con nuestro progreso como nación. No será inmediato, pero vale la pena.

A propósito de la más reciente confrontación entre el Conacyt y la comunidad científica, i.e. aprobación del reglamento del Sistema Nacional de Investigadores (SNI) y sus criterios de evaluación, comento brevemente en mi columna las bondades de promover una red de colaboraciones científicas para el avance y generación de conocimiento de alto impacto.

Este artículo se publicó originalmente en el portal de Cadena Política el 18 de agosto de 2022.

Aviso: Esta columna entrará en receso por tiempo indefinido. Agradezco a todos los lectore(a)s que le han dado vida a este espacio a lo largo de un año. Gracias por su amable compañía durante este tiempo.

Politizar la ciencia

Además de los hechos violentos transcurridos durante la última semana, también ha habido un bullicio mediático en torno a las personas que dirigen las instituciones gubernamentales íntimamente relacionadas con la formación de recursos humanos y la impartición y generación de conocimiento en México: el Consejo Nacional de Ciencia y Tecnología (Conacyt), y la Secretaría de Educación Pública (SEP).

Por un momento se rumoreó la posibilidad de que la titular del Conacyt, la Dra. María Elena Álvarez Buylla, fuera nombrada la nueva titular de la SEP ante la próxima salida de su actual titular, Delfina Gómez, quien está perfilando su campaña para la gubernatura del Estado de México. Finalmente, el titular del Ejecutivo esfumó el rumor al designar a Leticia Ramírez Amaya, Directora de Atención Ciudadana en el Gobierno Federal, como la nueva titular de la SEP, nombramiento no exento de críticas toda vez que, nuevamente, parece valorarse más la lealtad que la capacidad para ocupar un puesto.

Sin embargo, si de capacidades hablamos, desde su creación en 1971, es la primera vez que el Conacyt tiene en su dirección a una científica que cuenta en su curriculum con uno de los máximos galardones que el Gobierno de la República puede otorgar: el Premio Nacional de Ciencias y Artes.

Creado por decreto presidencial en diciembre de 1944 durante el mandato del Presidente Manuel Ávila Camacho, el Premio Nacional de Ciencias y Artes “es un estímulo instituido por el Estado, para enaltecer las mejores expresiones de los mexicanos de excepción, de gran importancia para la cultura y la ciencia, así como para el desarrollo nacional”.

Y lo que son las cosas, el antecedente al Premio Nacional de Ciencias y Artes se puede hallar “en la filosofía de José Vasconcelos (el “Apóstol de la Educación”, como también se le llegó a conocer al Secretario de Instrucción Pública durante la presidencia de Álvaro Obregón) acerca del progreso social, obtenido a través del trabajo, el uso de la razón y de la conciencia de lo que se puede y se debe hacer con el conocimiento”.

Así, pues, tenemos que en 2017 la actual titular del Conacyt recibió de manos del ex-presidente Peña Nieto el galardón en el área de Ciencias Físico-Matemáticas y Naturales. A pesar de ello, no parece estar honrando aquella visión de José Vasconcelos de “progreso social”, así como tampoco queda claro qué uso le está dando a la razón y la conciencia para transformar a la Ciencia, Tecnología e Innovación (CTI) en México.

El ejemplo de incongruencia más reciente del Conacyt lo constituye la publicación del reglamento del Sistema Nacional de Investigadores (SNI), del cual ha habido varios en lo que va del sexenio. Por un lado, con el inicio de la recepción de solicitudes mediante la convocatoria 2022 para ingreso, permanencia o promoción en el SNI, se puede leer en la página principal que:  “Las modificaciones al reglamento del SNI son el resultado del análisis y hallazgos que derivan de la operación de este programa, de consultas con expertos, de investigadores y docentes. De esta manera, el nuevo reglamento del Sistema Nacional de Investigadores se centra en el reconocimiento al desempeño integral de las investigadoras y los investigadores, privilegiando el análisis de trayectorias sólidas y colaborativas y no solo su desempeño en el periodo previo a la evaluación”.

Por otro lado, es el mismo Conacyt el que establece en sus criterios de evaluación que “En caso que un artículo haya sido elaborado por más de cuatro autores el elemento se prorrateará entre el número de personas que hayan intervenido en su elaboración.” Contradicción.

Entonces, ¿en qué quedamos? ¿Conacyt privilegia la colaboración sí o no? Todo parece indicar que no. Inclusive si, tras el golpeteo mediático parece ser que dicha cláusula desaparecerá, no hay nada seguro. ¿Cómo confiar en la Dirección de Conacyt cuando ni siquiera tienen claro cuestiones de sentido común y congruencia con lo que se escribe que se desea con aquello que se plantea para promover y evaluar el desarrollo científico de este país?

La indiferencia de la comunidad científica como grupo ha permitido que la institución que regula los fondos para la ciencia, la tecnología e innovación sea un aparato burocrático obscuro que no refleja el valor de la comunidad científica que se ha forjado a lo largo de escaso medio siglo.

José Antonio de la Peña & Alicia Ortega, Populismo, posverdad y ciencia, en “Populismo y globalización en el siglo XXI”

Quizá no se trata de inventar el hilo negro sino de voltear a ver otros estudios que se han hecho en cuanto a cómo evoluciona la ciencia. Un estudio del 2018 publicado por la revista Scienceseñala que “La ciencia puede ser descrita como una red compleja, autoorganizada y en evolución de académicos, proyectos, artículos e ideas. Esta representación ha revelado patrones que caracterizan el surgimiento de nuevos campos científicos a través del estudio de las redes de colaboración y el camino de descubrimientos impactantes a través del estudio de redes de citas”. El estudio de esta red de colaboraciones científicas resalta la importancia que ha adquirido la formación de equipos multidisciplinarios, colaborativos, en la producción de conocimiento de alto impacto durante un siglo. Me viene a la mente el hito científico que constituyó la publicación de la secuenciación del genoma humano en 2001. El artículo viene firmado por más de 265 autores de diversas instituciones, y seguramente hubo muchos más que no aparecen en ese listado pero cuya labor aportó su granito de arena para contar, por primera vez, con un borrador del mapa genómico del ser humano.

Tampoco se trata de catalogar a la ciencia como “neoliberal”, sino de comprender cómo funciona y sacarle el mejor provecho al talento de los ciudadanos que desean expandir las fronteras del conocimiento: allí reside el progreso social al que se refería José Vasconcelos en esta era dominada precisamente por el conocimiento. Por ello es que se vuelve prioritario seguir defendiendo el desarrollo de la CTI: dejarla en manos de aquellos a quienes por simple idealismo o búsqueda de poder quieren establecer un control y censura ideológicos sería como colocarle un clavo más al ataúd en el que se encuentra aletargada la ciencia en México.

Los autores que dan cita al epígrafe a ésta columna se preguntan si “¿Acaso la curiosidad científica debe calificarse de acuerdo con el sistema politico imperante? ¿Es entonces la ciencia a partir de 2018 en México una ciencia populista?” Recordemos: “los resultados de la ciencia basada en el mérito de las sociedades liberales y pluralistas son ampliamente superiores a los de la ciencia ideológicamente controlada de la (desaparecida) U.R.S.S. y otros regímenes totalitarios”.

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Inversión filantrópica de riesgo

«Congress, fund science» by afagen is licensed under CC BY-NC-SA 2.0.

Sabemos que el gobierno en México invertía en investigación y desarrollo un porcentaje del PIB muy por debajo del recomendado por la OECD, y ya no digamos si lo comparamos contra lo que invierte Israel (más del 5 % de su PIB vs 0.297 % de México).

Porcentaje de inversión del PIB en Investigación y Desarrollo.

Los líderes de otros países han entendido que su desarrollo y economía dependen fuertemente de la generación de conocimiento, de propiciar un clima que siembre la semilla de la innovación, que motive a sus ciudadano(a)s a cristalizar ideas que, si las condiciones son las adecuadas, podrían generar compañías con un elevado impacto no sólo local sino internacional, así como un alto valor económico.

En un mundo donde la economía es impulsada por el conocimiento, la capacidad intelectual (inclusive la mejorada a través de mecanismos bioquímicos diseñados por los científicos, o bien la integración de la Inteligencia Artificial con la mente humana) será un activo sumamente apreciado. Por ello, resulta alarmante que el coeficiente intelectual de los mexicanos esté disminuyendo: malnutrición, fuga de cerebros, etc.

Ahora bien, si ni el estado Mexicano ni el sector privado invierten lo suficiente en ciencia y tecnología e innovación (CTI), ¿quién lo hará?

Leo en «21 lecciones para el siglo XXI» de Yuval Noah Harari, en su capítulo dedicado a la igualdad menciona que «las 100 personas más ricas poseen más en su conjunto que los 4,000 millones de personas más pobres». Yuval hace una extrapolación nada alentadora: «Hacia el 2100, el 1 por ciento más rico podría poseer no solo la mayor parte de las riquezas del mundo, sino también la mayor parte de la belleza, la creatividad y la salud del mundo». ¿Quizá alguno de esos supermillonarios invierta en CTI en países subdesarrollados sólo por ayudar a equilibrar la balanza?

Así, me entero en un artículo de Nature Biotechnology que existe algo llamado «inversión filantrópica de riesgo» (IFR). La IFR «tradicional» es un modelo de financiación en el que las organizaciones sin fines de lucro intentan avanzar en su misión mediante el uso de fondos donados para realizar inversiones de capital en una empresa con fines de lucro.

En algunos casos, estas inversiones tienen el potencial de generar rendimientos financieros que luego pueden reinvertirse para continuar apoyando la misión de la organización. Sin embargo, estos rendimientos no son compartidos con las personas que aportaron el capital: una parte de las ganancias de la inversión se devuelven al contribuyente de capital y, por otro lado, donan una parte de las ganancias a una entidad sin fines de lucro.

Este tipo de mecanismo de financiación parecer ser muy adecuada para startups basadas en biotecnología. De 2002 a 2017, la IFR en USA pasó de $520 millones de dólares a $2.6 billones. Esta tasa de crecimento anual ha superado a lo que ha invertido tanto el sector industrial y gubernamental, conviertiendo a la IFR es un motor de innovación, sobre todo en lo que se refiere a Fundaciones relacionadas con enfermedades muy particulares, en otras palabras, aquellas enfermedades que no resultan atractivas económicamente para ciertos inversores de capital.

Los emprendedores cuentan entonces con estas ventajas al asociarse con una IFR: Acceso a recursos más amplios de la fundación; mayor disposición a invertir en áreas de alto riesgo; validación de concepto o creación de un producto mínimo viable.

Los autores del artículo muestran tres casos de éxito: uno relacionado con la investigación de diabetes juvenil (terapia de células beta en el páncreas), otro con la investigación del cáncer, y finalmente una fundación enfocada a la salud cardiaca y cerebral. Por ejemplo, en México, la diabetes cuesta millones de pesos en tratamiento con cuenta al erario público. Pienso en un par de investigadore(s) mexicanos que han hecho avances en la formulación de estrategias de control automático para una mejor y más natural dosificación de insulina, algo así como un páncreas artificial. Sus algoritmos podrían programarse en dispositivos médicos sin ningún problema, mejorando la calidad de vida de los pacientes. Pero hace falta que se invierta en ellos.

A propósito de la comparecencia (postergada en múltiples ocasiones) que tuvo la Directora de Conacyt, revisito la tesis de Mariana Mazzucato del papel que debe jugar el gobierno como principal inversor en CTI.

Este artículo se publicó originalmente en el portal de Cadena Política el 10 de agosto de 2022.

Hay prioridades… y la ciencia no es una de ellas

El pasado 4 de agosto compareció en sesión virtual por espacio de más de cinco horas (después de cancelar en reiteradas ocasiones) ante la Comisión de Ciencia, Tecnología e Innovación, conformada por diputados y senadores, la Directora General del Consejo Nacional de Ciencia y Tecnología (Conacyt), la Dra. María Elena Álvarez Buylla.

Hasta hace un par de días, también sonoba su nombre como próxima titular de la Secretaría de Educación Pública (SEP), pero su posible nombramiento fue desmentido por el propio titular del Ejecutivo. “La necesitamos donde está”, sentenció el Presidente de la República la mañana del 9 de agosto.

Volviendo al tema de la renunión de trabajo de la Dra. María Elena Álvarez Buylla, en dicha sesión no estuvieron exentos los reproches por parte de algunos diputados y senadores, así como las intervenciones de apoyo de algunos otros hacia su gestión en las políticas científicas del Conacyt en lo que va del sexenio.

Quizá uno de los cuestionamientos más importantes se refirió a la extinción de los fideicomisos en octubre de 2020. De los 109 fideicomisos públicos, 44 estaban destinados para proyectos relacionados a temas de ciencia, tecnología e innovación (CTI), gestionados por 26 Centros Públicos de Investigación (CPI). La idea de los fideicomisos era contar con recursos transexenales para proyectos a mediano y largo plazo, y no supeditarlos a las negociaciones políticas que año con año se dan en la discusion y asignación del presupuesto federal. Además, los fideicomisos también permitían contar con recursos ante posibles crisis económicas o medioambientales, por ejemplo, el ahora extinto Fondo para la Atención de Emergencias (Fonden).

El dinero público está siendo atacado. Y así no habrá innovación.

Mariana Mazzucato

La extinción de los fideicomisos se llevó a cabo de manera tropellada, sin realizar auditorías y con la venia de los partidos políticos de Morena, Partido del Trabajo (PT) y el Verde Ecologista. Un estimado del monto acumulado en los fideicomisos para CTI apunta a una cifra que ronda los 45 mil millones de pesos. ¿Qué sucedió con ese dinero? La “extinción” de los fideicomisos no fue otra cosa que una reasignación. La propia Directora de Conacyt confirmó en su comparecencia virtual que, de los 45 mil, habría entregado 21 mil millones de pesos para financiar los denominados “proyectos prioritarios”: la refinería de Dos Bocas, el Aeropuerto Felipe Ángeles y el Tren Maya. El resto de los recursos se regresó a la Tesorería de la Federación (TESOFE).

No hace mucho, en marzo de este año, durante la Presentación de Trabajo en Conferencia de la Comisión de Ciencia y Tecnología del Senado de la República y de la Comisión de Ciencia, Tecnología e Innovación de la Cámara de Diputados (a la cual no asistió la titular de Conacyt, por cierto), políticos como Olga Sánchez Cordero y Ricardo Monreal, afirmaban con convicción partidista que la ciencia, tecnología y la innovación “son los elementos que deben guiar el desarrollo de las naciones… los motores de transformación… nuestras aliadas y nunca una amenaza”. Las acciones muestran todo lo contrario.

Y si el Estado no invierte en CTI, ¿quién lo hará? El sector privado también vive sus propias crisis derivadas de la pandemia y las políticas económicas promovidas por el Estado, además de que, típicamente, no suelen invertir en CTI. Así, parece un callejón sin salida que nos obliga a regresar al punto de origen: el Estado.

¿Es posible crear un mecanismo que permita al Estado invertir en CTI y generar ganancias? ¿Debería el Estado fungir como “inversor ángel” en lugar de limitarse a financiar de manera pasiva la CTI? La economista Mariana Mazzucato, en su ensayo “El estado emprendedor. Mitos del sector público frente al privado”, apunta a que el Estado sí debe actuar como un emprendedor más en el panorama de la CTI, asumiendo riesgos y creando mercados. El Estado como el verdadero creador de tecnologías disruptivas de la que todos nosotros (sector privado incluido) nos beneficiamos y, además, moldean el futuro.

La tesis de Mazzucato es exportable. Otros países están ejecutando esta visión de una u otra manera. Por ejemplo, hablemos de Dinamarca, un país que no sólo destaca por su excelente sistema de salud (nivel de excelencia prometido mas no cumplido aún por parte del ejecutivo federal, a pesar de aquel “Sí es mi modelo a seguir en lo que tiene que ver con un país extranjero”) sino también lo hace por su papel de emprendedor en CTI.

Lo importante para el gobierno no es hacer cosas que ya están haciendo los individuos, y hacerlas un poco mejor o un poco peor, sino hacer aquellas cosas que en la actualidad no se hacen en absoluto.

John Maynard Keynes

Dinamarca creó el Fondo de Crecimiento Danés, que compra acciones en empresas de reciente creación. En una entrevista de 2015, Martin Motzfeld, Director Ejecutivo del Fondo, señalaba que habían invertido hasta el momento alrededor de 2 billones de euros en aproximadamente 600 empresas, y esperaban invertir entre 300 y 400 millones de euros en otras 800 o 900 empresas.

Durante la entrevista, Martin levanta un vaso con agua, y lo muestra a la cámara diciendo que se trata de una compañía en la que invirtieron un millón de euros hace 10 años, logrando multiplicar su inversión por 10. No es una empresa de tecnología avanzada sino de diseño… pero diseño innovador.

Otra empresa en la que invirtió el fondo se llama Universal Robots. Su historia es peculiar y, de no ser por un poco de suerte, quizá no sabríamos de ella, y la innovación se habría perdido o malvendido.

Universal Robots fue co-fundada por Esben Østergaard, quien pasó de la idea a la manufactura de un brazo robot flexible en 3 años. La innovación radica en cómo se programan los movimientos del brazo robot: no hace falta que el operador conozca las matemáticas, algoritmos, grados de libertad, centros de masa, etc., involucrados en los eslabones del brazo robot, sólo tiene que tomar el brazo y, con ayuda de una tablet, colocar el brazo en las posiciones que desea que realice, casi como si tomara el brazo de un niño para indicarle cómo balancearlo para alcanzar o mover un objeto paso a paso. Y eso es todo. Terminada la “programación de movimientos”, el robot está listo para repetirlos una y otra vez en cuestión de segundos.

Pero en sus inicios casi pierden la empresa: Esban y otros colaboradores, con 2 brazos terminados y 3 por terminar para un pedido, sin dinero (habían pagado de sus bolsillos el salario de otras personas los últimos 3 meses) para pedir las piezas necesarias para cumplir con el pedido de 5 brazos robots, se encontraban en una posición difícil de mantener… hasta que un día, en 2007, en una visita de algunos miembros del Fondo Danés a la Universidad, se asomaron a su taller donde intentaban fabricabar los brazos robots, y les preguntaron qué hacían con ellos. Al finalizar la explicación, la idea le pareció buena a los miembros del Fondo Danés y les colocaron una inversión inicial de 2 millones de euros.

Cuando lograron colocar 20 pedidos por mes, dejaron atrás los números rojos. La compañía creció y era tan buena que la compró Teradyne, en Estados Unidos. De acuerdo con Martin Motzfeld, multiplicaron los beneficios por 50, es decir, obtuvieron unos 100 millones de euros, más la comisión. Todo lo ganado se reinvierte casi en su totalidad (guardan algo para la época de “vacas flacas”) en financiar nuevas empresas. Dinero público que beneficia al público a través de la generación de empresas. No es dinero público que se da sólo porque sí: se otorga porque hay una idea que busca una oportunidad para echar raíces y crecer.

El dinero que constituía a los fideicomisos era dinero público, dinero recabado a través nuestros impuestos para que el Estado garantizara (o lo más cercano a ello) la consecución de objetivos considerados como prioritarios y que redundarían en un beneficio a la nación (a todos nosotros, sin importar ideologías políticas) en un futuro. Contar con esos recursos te permitía a ti, y a tus descendientes, tener participación en un futuro que, ahora, luce casi por completo fuera de alcance en una sociedad del conocimiento.

En un mundo donde el futuro está dominado por la economía basada en la explotación de conocimiento y que puede llegar a crear dividendos que exceden, en algunos casos, el PIB de países no desarrollados, queda patente que “la tecnología no es amable… No dice ‘por favor’. Se estrella contra los sistemas existentes y los destruye mientras crea nuevos sistemas. Los países y los individuos pueden surfear nuevas y poderosas olas de cambio, o tratar de detenerlas y ser aplastados”. Con la desaparición de los fideicomisos, no sólo se ha permitido que las olas del cambio revuelquen a toda una generación de ciudadanos con interés en la ciencia sino que también los han dejado sin tabla para surfear.

Sálvase quien pueda… y como pueda.

Nota: La cita “la tecnología no es amable” proviene del libro de Juan Enríquez-Cabot: As the future catches you: how genomics & other forces are changing your life, work, health and wealth. Crown Business.

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La invención científica en jaque

«Intellectual Property and YOU» by Thomas Gehrke is marked with CC BY-NC-ND 2.0.

Cuando pensamos en un científico, generalmente viene a nuestra mente la imagen de Albert Einstein, con su aspecto desprolijo pero afable, y una sonrisa entre divertida y curiosa que nos hace pensar en un abuelo que parece tener todas las respuestas a nuestras preguntas. Sin duda Einstein ha pasado a la historia como uno de los físicos más importantes de la humanidad por el desarrollo de teorías (muchas de ellas verificadas) que cambiaron la percepción que se tenía del Universo y las partículas atómicas que lo conforman.

Curiosamente, Einstein trabajaba en una oficina de patentes en Suiza, cuando en 1905 publicó sus cinco artículos que revolucionarían la física. Al parecer, era un trabajo que podía sistematizar al punto de que en 2 o 3 horas terminaba el rabajo de un día, por lo que le quedaban 6 o 5 horas para trabajar en sus propias ideas en lugar de evaluar la de otros. Esta ideas incubadas en sus «horas libres» durante su trabajo, le valieron en 1921 el Premio Nobel de Física.

Ahora se sabe que tramitó alrededor de 50 patentes, siendo la más reconocida un sistema de refrigeración (que inventó en colaboración con el físico Leo Slizard) que no utilizaba gases tóxicos en su funcionamiento. También llegó a patentar en colaboración con Rudolf Goldschmidt unos audífonos electroacústicos. Además, dejó patentada junto con su amigo Gustav Peter Bucky la cámara fotográfica automática, la cual estaba basada precisamente en el efecto fotoeléctrico, por el que recibió el Premio Nobel de Física. En otras condiciones históricas, ¿pudo Einstein haberse comvertido en un multimillonario tecnológico? ¿Una especie de Elon Musk del átomo?

Actualmente, durante los últimos veinte años aproximadamente hemos sido testigos del surgimiento de inventores cuyas innovaciones tecnológicas (principalmente en el ramo de la tecnología de datos) los convierten en tan sólo un par de años en billonarios y, posteriormente, en figuras públicas con un peso mediático y económico global pocas veces visto en la historia de la humanidad. Por ejemplo, los fundadores de Google, que basaron su algoritmo de ranqueo de páginas en un teorema matemático de más de cien años de antigüedad. Toda esta economía es posible, por un lado, debido a la protección de la propiedad intelectual, la cual permite obtener beneficios de las invenciones con el licenciamiento de patentes. Por otro lado, también es necesario crear un ecosistema de personas e instituciones que propicien el surguimiento de nuevas ideas y su posterior comercialización.

Es innegable que la verdadera moneda de cambio en el mundo es el conocimiento. Los avances en ciencia y tecnología (en su sentido más amplio) marcan la pauta de nuevas economías que, por lo que hemos visto, pueden generar riquezas que superan el PIB de algunos países en la mano de unos pocos. Muchos científico(a)s alrededor del mundo cuentan con un espíritu emprendedor, con una visión que les permite hallar un nicho comercial a sus investigaciones y buscan apoyo tanto dentro como fuera de sus institutos académicos para concretar su idea en un producto y/o servicio que les permita generar dividendos. Nuevamente, esto es posible si existen condiciones que no inhiban el espíritu emprendedor de los inventores.

Esta semana, motivado por el anteproyecto de la nueva Ley de Ciencia y Tecnología que no necesariamente busca promover el espíritu emprendedor con base tecnológica, muestro un ejemplo de cómo un sólo investigador y su laboratorio, han sido capaces de generar descubrimientos y empresas tecnológicas que se valoran en el orden de los miles de millones de dólares. Esta derrama económica podría replicarse en México si CONACyT realmente tuviera una visión más amplia, una ideología menos centralista y austera.

Este artículo se publicó originalmente en el portal de Cadena Política el 13 de abril de 2022.

Ideología vs invención

Recuerdo que, durante una reunión social, uno de los asistentes puso sobre la mesa la siguiente pregunta para estimular la conversación: Si pudieras exportar una característica de los mexicanos, ¿cuál sería? Dos respuestas quedaron grabadas en mi memoria. La primera, su aguante; la segunda, su ingenio, su inventiva. Creo que podemos estar de acuerdo con estas respuestas, ¿cierto?

También creo que podríamos estar de acuerdo en que si algún mexicano(a) tiene una idea que logra culminar en una invención que se explote comercialmente, las ganancias que genere de su invención irán a sus bolsillos. Muy probablemente parte de esas ganancias las use para pagar algunos préstamos (al banco, a la familia, amigos, etc.) que haya requerido para ir desde la concepción de la idea (invención) hasta su comercialización exitosa. Nada es gratis: las invenciones no surgen por generación espontánea. Requieren no solo de dinero sino también de las invenciones y servicios de otras personas, centros de investigación (públicos o no), oficinas de transferencia tecnológica, redes de contactos especializados relativos al ámbito de la invención, así como instituciones nacionales e internacionales que permiten proteger la invención a través de patentes, por mencionar algunas.

A simple vista puede parecer que son muchos los potenciales involucrados en el “negocio”, que no se va a generar suficiente dinero para pagar a todos su “tajada” o que va a quedar muy poco para el inventor. Si bien es cierto que algunas patentes no se explotan comercialmente durante años, cuando lo hacen pueden generar dividendos muy jugosos. Permítame un ejemplo.

Lugar: Cambridge, Massachussets, Estados Unidos. Si uno camina por Main Street en dirección al puente Longfellow que cruza el río Charles, hasta hacer esquina con Vassar Street, se encontrará a mano derecha con el Instituto Koch para la Investigación Integrativa del Cáncer del Instituto Tecnológico de Massachussets (MIT, por sus siglas en inglés). Si uno deambula por ese rumbo notará distintos centros de investigación y laboratorios especializados líderes en el mundo en temas que van desde neurociencias hasta inteligencia artificial, así como empresas biotecnológicas que marcan el paso de la industria. Para ponerle números (y no precisamente la de los edificios), en la intersección de Vassar y Main Street no sólo confluyen calles sino también ideas que generarán (o lo están haciendo mientras lee) entre el 1 % y 2 % de la economía global del futuro. En otras palabras, es un nodo de innovación tecnológica líder a nivel mundial.

El congreso debería tener el poder de promover el avance de la ciencia y la tecnología, asegurando a los inventores, por un minuto limitado, el derecho exclusivo sobre sus obras.

Todas las leyes sobre patentes se ampararon en esta Declaración. Congreso de los Estados Unidos (1787).

Volviendo al Instituto Koch para la Investigación Integrativa del Cáncer, allí labora un profesor que se ha ganado el mote—y mucho más—de “El Edison de la Medicina”. Después de graduarse como ingeniero químico, Robert S. Langer realizó estudios de posgrado en Medicina. Esta visión multidisciplinar ha llevado al profesor Langer a ser un pionero en lo referente a liberación controlada de fármacos utilizando nanomateriales e ingeniería de tejidos. Su laboratorio es uno de los más productivos a nivel mundial, y no sólo de publicaciones científicas. A lo largo de más de 30 años en el MIT ha desarrollado un proceso que acelera el ritmo de descubrimientos, y que luego salen de la academia para volverse productos en el “mundo real”: sus descubrimientos científicos van de la investigación al desarrollo comercial en tiempo récord.

Algunos números del profesor Langer: más de 1,500 artículos científicos, citado es más de 352,000 ocasiones; es el ingeniero más citado de la época moderna, y el cuarto más citado de manera individual en cualquier campo. Cuenta con más de 1,100 patentes licenciadas o sublicenciadas a más de 400 compañías del giro biotecnológico y farmacéuticos, así como de dispositivos médicos. La investigación realizada en su laboratorio ha incubado a 40 empresas, de las cuales algunas existen de manera independiente o bien fueron adquiridas por otras empresas. En conjunto, se ha estimado que su valor de mercado ronda los $23,000 millones de dólares. ¿Recuerdan la vacuna de Moderna? Langer es uno de sus cofundadores y posee aproximadamente el 3 % de las acciones. Al momento de escribir estas líneas, Forbes ubica el valor monetario de Langer en la cifra de 1.9 billones de dólares.

Las palabras de Ralph Waldo Emerson, “La invención genera invención”, bien pueden aplicarse a la historia del profesor Langer. Parafraseándolo también podemos añadir que la invención genera inversión… y muy buenos dividendos.

No es casual que las naciones libres hayan sido la fuente de innovación tecnológica. Una vez más, un sistema económico favorable a la investigación científica, la aceptación de riesgos empresariales y la libertad del consumidor fueron manantial de la creatividad y el mecanismo para propagar la renovación en todos los sentidos.

George Shultz, secretario de Estado Norteamericano (1986)

Se puede pensar que esta clase de historias sólo pueden tener lugar en países desarrollados. Yo más bien creo que el talento (en su sentido más amplio) está más o menos distribuido a lo largo y ancho de México, pero no así las oportunidades o ecosistemas que permitan el florecimiento de la ciencia, la tecnología y la innovación, los “motores de desarrollo” como suelen nombrar los políticos a esta terna en su discurso. Sólo en su discurso, porque en las acciones parece que están quedando a deber. Y mucho, no sólo a usted o a mí, sino a futuras generaciones también.

Una de las más recientes preocupaciones entre la comunidad científica es lo que contiene el anteproyecto de la nueva Ley de Ciencia y Tecnología, que formalmente lleva el nombre de “Anteproyecto de iniciativa de Ley General en materia de Humanidades, Ciencias, Tecnologías e Innovación (HCTI)”, la cual se puede consultar en el portal de la Comisión Nacional de Mejora Regulatoria (CONAMER). En específico, el segundo párrafo del Artículo 36 del anteproyecto se lee: “Por tratarse de obras de interés para el patrimonio cultural nacional, el Consejo Nacional será el titular de los derechos de propiedad intelectual derivados de las actividades y proyectos que financie, salvo pacto en contrario y sin perjuicio de los derechos morales implicados.

El detalle es que la autoría intelectual es de quien la genera. Más aún, “el derecho moral se considera unido al autor y es inalienable, imprescriptible, irrenunciable e inembargable”, como se lee en el Artículo 19 de la Ley Federal de Derechos de Autor. Y en el Artículo 18 de la citada ley se menciona que “El autor es el único, primigenio y perpetuo titular de los derechos morales sobre las obras de su creación”.

Bajo esta perspectiva, luce difícil que el Consejo Nacional de Ciencia y Tecnología (CONACyT) realmente esté echando a andar los motores de desarrollo que tanto necesita México. Pareciera que la titular de CONACyT, en lugar de tender puentes entre la academia y la industria (de por sí poco vinculadas), erosiona el terreno donde podrían surgir innovaciones que, como en el caso de Langer, tienen la posibilidad de generar derramas económicas de billones de dólares, impacto social en beneficio de la sociedad mexicana (pensemos en el tratamiento de la diabetes, por ejemplo), y la creación de empleos que tanto se requieren para reactivar la economía tras una pandemia mundial. Por lo que se ve, lo que resta del sexenio no estará exento de más confrontaciones entre el sector académico e industrial con CONACyT, porque pareciera que se cumplen las palabras del historiador norteamericano Henry Adams, “La hostilidad del Estado se cierne sobre todo el sistema o ciencia que no fortalezca su brazo”.

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