Saltos en la innovación.

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En el prólogo a su libro, Antifrágil, Nassim Nicholas Taleb, menciona que hay «cosas que se benefician de las crisis; prosperan y crecen al verse expuestas a la volatilidad, al azar, al desorden y a los estresores, y les encanta la aventura, el riesgo, y la incertidumbre«. Y añade que esta propiedad de antifragilidad «detrás de todo o que ha cambiado con el tiempo: la evolución, la cultura, las ideas, las revoluciones, los sistemas políticos, la innovación tecnológica…«

En cuanto a la innovación y desarrollo tecnológico, Taleb responde a la pregunta «¿Cómo podemos innovar?», medio en broma medio en serio con lo siguiente: «Para empezar, debemos meternos en algún aprieto (hablo de un problema que sea serio pero no irreparable)«. Es decir, en el caso de México, algo así como tener funcionario floreros «creando políticas de ciencia, tecnología e innovación» (lo que algunos políticos gustan de nombrar como «motores de transformación»), que han terminado marcando el rumbo basados más en una ideologías política que en metodologías eficaces, bien podría calificar de «aprieto».

La postura de Taleb es que no se puede innovar desde la comodidad: la genialidad surge de la dificultad. De hecho, prosigue diciendo que «lo que innova es el exceso de energía que se libera al sobrereaccionar a un contratiempo«. Lo anterior no excluye que la innovación no pueda engendrarse por la buena planeación y ejecución de políticas públicas a largo plazo en temas científicos y tecnológicos.

Así como el dinero llama al dinero, también podríamos parafrasear que «la innovación atrae a la innovación», o bien, que «el talento atrae al talento». Si bien la pandemia ha dejado más que patente que existen plataformas de comunicación lo suficientemente eficientes para seguir siendo igual o más productivos en muchos sectores, tener la posibilidad de aglutinar en una zona geográfica a un puñado de innovadores o talento humano sigue siendo una buena apuesta en el mediano y largo plazo. Lugares sinónimo de innovación como Silicon Valley en Estados Unidos, podrían dejar de ser «exclusivos» de una nación: por ejemplo, Shenzhen-Hong Kong en China se ha convertido rápidamente en un núcleo de innovación que también atrae al talento de primera fila.

De acuerdo con Informe mundial sobre la propiedad intelectual 2019 publicado por la Organización Mundial de la Propiedad Intelectual: «Durante la mayor parte del período comprendido entre 1970 y 2000, tres países –los Estados Unidos de América, el Japón y Alemania– coparon dos terceras partes de toda la actividad de patentamiento a nivel mundial«. Sin embargo, «China y la República de Corea son en gran medida responsables de la creciente proporción de nuevas áreas en la generación de conocimientos e innovación: en conjunto, representan más del 20% de las patentes registradas en los años 2015-2017, en comparación con menos del 3% en 1990-1999«.

Los 10 primeros
núcleos de innovación
colaborativos del
mundo representan
el 26% del total de
coinvenciones
internacionales.

El reporte también deja claro que las grandes urbes no necesariamente son grandes centros de innovación. Las redes de colaboración que van creciendo en innovación tienen en su centro a las empresas multinacionales, que están asociadas a economías con ingresos altos. Esto no quiere decir que dichas empresas no estén interesadas en las actividades de Investigación y Desarrollo en países con economías de ingresos medianos como China, India y algunos países de Europa del Este.

Resulta claro que para catalizar la innovación hace falta una buen compromiso entre la inversión económica (mediano y largo plazo) y la atracción de talento. Pero qué sucede si la innovación podría estar siendo inhibida por la mera forma de pensamiento (entre otras cosas) de algunos científico(a)s líderes en su disciplina. ¿Es posible que la innovación surja cuando una escuela de pensamiento pierde a su líder? De eso platico brevemente en mi columna semanal.

Este artículo se publicó originalmente en el portal de Cadena Política el 6 de julio de abril de 2022.

¿Innovación por fallecimiento?

El método científico es una herramienta que nos permite adquirir conocimiento: se hace una observación de algún fenómeno que nos llama la atención; nos preguntamos el por qué de tal fenómeno; proponemos una posible explicación (i.e. hipótesis) que se pueda someter a prueba; si la hipótesis se confirma, entonces realizamos nuevas predicciones y volvemos a someterlas a prueba… y así sucesivamente. Un paso importante, pero que muchas veces se omite, bien sea porque se sobreentiende o porque no lo consideran pertinente en el contexto, es la revisión por pares de los resultados obtenidos para su posible publicación en alguna revista o medio especializado.

Generalmente los investigadores proponen revisores que critican, señalan y valoran los argumentos que dan soporte a los hallazgos reportados. Si los autores de un trabajo científico no responden de manera satisfactoria los señalamientos de los revisores, el trabajo se desestima y no se publica hasta que se solventen (de ser posible) las fallas o puntos débiles de la investigación. La inmensa mayoría de los revisores no recibe un pago por dicha actividad por parte de las editoriales; lo hacen por “amor al arte”. Muchas veces la labor de revisión se realiza de manera anónima (aunque este criterio editorial parece estar cambiando en algunas revistas), así como también, en algunos casos, los editores no revelan el nombre ni adscripción con la finalidad de evitar o minimizar posibles sesgos.

Sí, entre científicos también existen sesgos. Hacer ciencia en una actividad humana, y como seres humanos, no estamos exentos de la influencia tanto de nuestros sentimientos e intereses (propios y del lugar donde laboramos) como el de las personas que nos rodean en la crítica al trabajo científico de otros. En el ambiente académico donde se lleva a cabo investigación, la presión por publicar más y en las revistas de mayor prestigio ha creado, por un lado, la aparición de “revistas depredadoras”, propensas al fraude científico. Por otro lado, aprovechando la ley de la oferta y la demanda, algunas de las editoriales más prestigiosas del mundo científico han sido criticadas por “controlar” los porcentajes de aceptación de los artículos sometidos a sus revistas: la calidad queda en segundo término y se favorece el impacto mediático.

Esto ha sido señalado por el Premio Nobel de Fisiología o Medicina de 2013, Randy Schekman: “Un artículo puede ser muy citado porque es un buen trabajo científico, o bien porque es llamativo, provocador o erróneo. Los directores de las revistas de lujo lo saben, así que aceptan artículos que tendrán mucha repercusión porque estudian temas atractivos o hacen afirmaciones que cuestionan ideas establecidas […]Crea burbujas en temas de moda en los que los investigadores pueden hacer las afirmaciones atrevidas que estas revistas buscan, pero no anima a llevar a cabo otras investigaciones importantes.

El científico pionero debe tener una imaginación intuitiva y vívida, ya que las nuevas ideas no se generan por deducción, sino por una imaginación artística creativa.

Max Planck (1858-1947), Premio Nobel de Física 1918.

Otro científico de primera línea que ha dejado de manifiesto la pugna entre editores por contar con buenas historias de portada, garantizando “revisiones rápidas”, es Svante Pääbo, el científico que secuenció el genoma Neandertal. En su libro “El hombre de Neandertal”, Svante anota, entre los retos científicos y personales de un proyecto de este calibre, que “sospechaba que íbamos a necesitar más para convencer al mundo de nuestros resultados. La ciencia está lejos de la búsqueda objetiva e imparcial de verdades incontrovertidas que los no científicos pudieran imaginar.

Lo anterior pueden dar la impresión de ser meras rencillas académicas, sin impacto relevante en nuestro día a día. Pero, ¿en realidad es así? Me parece que no. Tomemos por ejemplo una anécdota que me parece encapsula muy bien las pugnas científicas por “imponer” una visión de las cosas valiéndose más por la impresión de autoridad que da la jerarquía administrativa en un instituto de investigación que por la crítica objetiva de una idea: la rivalidad entre James D. Watson (co-descrubridor de la estructura del ADN y premio Nobel de Medicina 1962) y J. Craig Venter quien, junto con su equipo, terminó secuenciando el genoma humano utilizando fondos privados e ideas innovadoras en los algoritmos de secuenciación antes que el “sector público” o gubernamenta, del cual Watson era su abanderado. De allí la rivalidad, porque después de todo, ¿no sería fantástico coronar una carrera científica prominente después de haber descubierto el ADN sino también secuenciar completamente el ADN humano?

Después de que Watson abandonara los Laboratorios Nacionales de Salud (NIH, por sus siglas en inglés) en 1992 en medio de alegatos por posibles conflictos de interés (Watson poseía acciones en algunas empresas biotecnológicas), Craig Venter recibió una visita a sus laboratorios (localizados también en los NIH) de un oficial gubernamental. Después de darle un tour por las instalaciones y mostrarle sus avances científicos, recibió este cumplido por parte del oficial: “Usted obviamente está realizando un trabajo extremadamente bueno”. Extrañado por la felicitación, y porque no le parecía que la formación científica del oficial fuera lo suficiente para calibrar adecuadamente el impacto científico desarrollado por su equipo, Venter intentó indagar más, así que le preguntó a qué se debía su felicitación, que parecía sincera. El oficial respondió: “Esto es Washington, y juzgamos a la gente por la calidad de sus enemigos, y usted, tiene algunos de los mejores.

Con esto en mente, ¿hasta qué punto la terquedad de algunas “autoridades científicas” puede resultar perjudicial cuando se aferran a ideas no ganadoras o simplemente están más interesados en hacer las cosas “a su manera” en lugar de apoyar nuevas formas de hacer las cosas? ¿Los conflictos interpesonales entre científicos inhiben la innovación? Al respecto, Max Planck señaló hace más de medio siglo: “Una nueva verdad científica no triunfa al convencer a sus oponentes y hacerlos ver la luz, sino porque sus oponentes finalmente mueren y crece una nueva generación que está familiarizada con ella… Una innovación científica importante rara vez se abre camino ganando gradualmente y convirtiendo a sus oponentes. Una nueva verdad científica no triunfa convenciendo a sus oponentes y haciéndoles ver la luz, sino porque sus oponentes eventualmente mueren y crece una nueva generación que la conoce”.

En 2018 un grupo de investigadores decidideron tomar las palabras de Planck como hipótesis de trabajo: ¿realmente la ciencia da saltos cuando fallecen las figuras importantes en una rama científica? De acuerdo con investigadores adscritos a la Oficina Nacional de Investigación Económica (NBER, por sus siglas en inglés) halló que cuando una “luminaria científica” fallece abruptamente, dejando un vacío en el liderazgo de algún (sub)campo científico, viene seguido por un flujo de nuevas ideas e innovación. Y quienes llenan ese vacío no son precisamente los colaboradores más cercanos a la figura del líder científico sino que son los investigadores de disciplinas científicas distintas los que terminan impulsando el campo de estudio y eventualmente sus carreras científicas. De hecho, una vez fallecido el líder científico, los colaboradores registran una caída en el número de publicaciones: vivir a la sombra de una luminaria científica no es necesariamente el mejor camino para producir avances científicos innovadores.

Pareciera, a veces, que los limites de la cienca son los límites de nuestra habilidad para resolver los conflictos en la comunicación apropiada de nuestras ideas que surgen entre colaboradores o líderes científicos (“vacas sagradas”). El conflicto de ideas puede traer creatividad y ser un campo fértil para nuevas ideas con el potencial de cambiar nuestras vidas, si no a corto plazo, sí a mediano o largo plazo.

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Tu pariente Neandertal.

«Neanderthal Museum» by Clemens Vasters is licensed with CC BY 2.0. To view a copy of this license, visit https://creativecommons.org/licenses/by/2.0/

La gran mayoría de mi generación, cuando fuimos a la escuela, vimos en algún libro de Historia Universal o de biología (o en una lámina de las que se compraban en las papelerías), esa imagen donde se muestra la evolución de los homínidos, y cómo desde el australopitecus, el homo habilis, el homo erectus, y el homo neandertalis se fueron irguiendo hasta llegar al homo sapiens.

Si uno lo piensa un poco, en esa imagen del ancho de una página se resumen miles de años de evolución. Y sabemos de ellos—y un poco de nosotros—a través de sus huesos que fueron encontrados en distintas partes del mundo.

Hoy les platico un poco sobre el hombre de Neandertal, que es nuestro pariente más próximo en la rama evolutiva de los homínidos (hasta el momento, mañana quién sabe), y cómo el ADN rescatado de algunos huesos diminutos ha abierto una nueva ventana hacia el entendimiento de los humanos modernos.

Todo inició en 1856, en el valle de Neander, situado a unos 10 kilómetros de Düsseldorf, Alemania. Algunos trabajadores se encontraban despejando una cueva cercana a una cantera cuando hallaron algunos huesos y la parte superior de un cráneo. Los investigadores tardaron algunos años en descifrar el rompecabezas, hasta que llegaron a la conclusión de que los huesos se trataban de una forma de humano extinta (aproximadamente hace 30,000 años). Era la primera vez que algo así “sucedía” en la ciencia natural, así que tuvo un efecto profundo en la comunidad científica, porque existía evidencia sólida de un pariente perdido en la historia muy cercano al ser humano. Si en la mente de los antropólogos bullían un sin fin de preguntas, ya no digamos en la de los Creacionistas.

Avancemos en el tiempo unos dos siglos hasta llegar a Svante Pääbo y su equipo en el Instituto Max Planck de Antropología Evolutiva en Leipzig, Alemania, quienes fueron capaces de obtener el genoma de una especie extinta, el Neandertal, y echar luz sobre nuestro pasado evolutivo. Una nueva rama en el árbol de la Ciencia se inaugura: la paleogenómica.

CRISIS VOCACIONAL

¿Cómo llegó a eso? Todo inició cuando la madre de Svante lo llevó a Egipto a la edad de trece años. El mundo antiguo de Egipto lo fascinó tanto que inició sus estudios en la Universidad de Upsala, en Suecia. Pero no terminó del todo convencido de que la rapidez con que avanzaba ese campo fuera la rapidez que él deseaba. Ante ésta coyuntura e inspirado en la figura paterna (médico y bioquímico), decidió ingresar a la facultad de medicina con la intención de realizar también investigación científica. Allí comenzó a trabajar en el laboratorio del científico Per Pettersson, donde aprendió técnicas de clonación y manipulación de Ácido DesoxirriboNucléico (ADN).

Aunque las investigaciones que desarrolló en ese laboratorio rindieron frutos científicos de interés internacional, Svante continuaba escuchando el llamado del antiguo Egipto, asistiendo al Instituto de Egiptología para tomar clases de copto entre otras actividades. Allí, se hizo amigo de Rostilav Holthoer, un egiptólogo finés. La convivencia con él le permitía rebotar ideas que traía danzando en su cabeza, por ejemplo, en cómo poder unir su entrenamiento en biología molecular y el antiguo Egipto. Recientes avances en la comparación de ADN entre especies permitían establecer qué tanto estaban separadas unas de otras y cuándo habían comenzado a separarse.

En concreto, Svante se preguntó si en las momias egipcias podrían haber sobrevivido moléculas de ADN? Si era así, ¿cómo estudiar la secuencia de ADN antiguas para clarificar qué tan relacionados estaban los egipcios del pasado con los del presente? Más aún, ¿sería posible “leer” los rastros de los eventos históricos acaecidos en Egipto en el ADN de sus poblaciones?

EL MOMENTO ¡EUREKA!

Para probar su hipótesis de que el ADN pudiera sobrevivir en las momias egipcias, Svante compró un hígado de ternera y lo dejó desecarse a 50°C en el horno del laboratorio. Con esto, buscaba imitar el proceso de momificación. Tras varios días de tratamiento, retiró el hígado y procedió a buscar ADN. Lo encontró, fragmentado, pero allí estaba. Con ello, acababa de demostrar que fragmentos de ADN podían sobrevivir en tejido muerto de días o semanas. Pero, ¿y en miles de años?

Acudió de vuelta a su amigo finés Rosti para platicarle su descubrimiento y conseguir acceso a algunas momias para extraer tejido que le permitiera determinar si algo de ADN había sobrevivido a 3000 años de antigüedad. Su amistad le permitió a Svante tener acceso a tejido muscular de 3 momias… lamentablemente, sus resultados no arrojaron evidencia de la existencia de ADN. Necesitaba más muestras.

Nuevamente, con ayuda de las relaciones sociales de su amigo Rosti (networking le llaman ahora), consiguió acceso a las momias de un museo en Berlín del Este (era el verano de 1983) y regresó a Upsala con más de 30 muestras de momias. Tras analizar las muestras bajo el microscopio, encontró evidencia de ADN en el cartílago de una oreja, y mejor ADN conservado en la piel de la pierna izquierda de la momia de una niña.

Si bien Svante tenía en sus manos la evidencia que probaba su hipótesis, mantuvo la cabeza fría, y se aseguró de que efectivamente las momias fueran antiguas realmente y no posibles falsificaciones (resulta que hay varias en el mundo que no son momias auténticas). Para datar a las momias, logró la caridad de un investigador experto en datación por carbono en la Universidad de Upsala. Los resultados, después de semanas de angustia, confirmaban que las momias databan de aproximadamente 2,400 años. No quedaba duda: ¡el ADN podía conservarse incluso después de miles de años!

Svante publicó sus resultados en una revista en idioma alemán en 1984, y un año después, en la revista de ciencias arqueológicas, con el título de “Preservación de ADN en momias egipcias antiguas”. Posteriormente, logró clonar esas secuencias de ADN de las momias; estos resultados fueron portada en la revista Nature (el santo sanctorum de los científicos), algo inusitadamente raro en un investigador de 30 años.

EL DEPARTAMENTO DE ZOOLOGÍA EN MÚNICH

Con ésta clase de credenciales académicas, y algunas estancias científicas en los Estados Unidos, a Svante le ofrecieron un puesto de profesor titular en la Universidad de Múnich. Allí estableció su primer laboratorio y pronto se dio cuenta que, para lograr resultados confiables en la amplificación de secuencias de ADN provenientes de animales extintos (como el Mamut, datado en 25,000 años de antigüedad, por ejemplo), requeriría el establecimiento de estándares rigurosos en la extracción y manipulación de las muestras.

Svante y su equipo tuvieron la oportunidad de poner a prueba sus estándares con el estudio de Otzi, el cuerpo momificado hallado en los Alpes, y que databa de la Era del Cobre (5,300 años). Las secuencias de ADN que obtuvieron no fueron sorprendentes desde el punto de vista de variaciones genéticas o información adicional a la que ya ofrecía la antropología sobre cómo eran los humanos en la Era del Cobre, pero sirvió para establecer protocolos de control de calidad en la extracción de muestras (la contaminación de la muestra por ADN de quienes toman la muestra es de particular importancia; de lo contrario, se pueden obtener conclusiones erróneas).

Estos y otros resultados del grupo de investigación de Svante llamaron la atención de los conservadores del Museo de Bonn, en Alemania. Resulta ser que uno de esos conservadores, algunos años antes le había preguntado a Svante si ésta clase de técnicas podrían ser aplicables con cierto éxito a especímenes como el del Hombre de Neandertal. Svante, contrario a otros interesados en aplicar dichas técnicas al Hombre de Neandertal, fue honesto al decir que existía alrededor de un 5% de éxito (es decir, no faroleó con tal de obtener dinero). La honestidad le abrió las puertas a 3.5 gramos de hueso-repito, 3.5 gramos de muestra- provenientes de un brazo del hombre de Neandertal.

Con el ADN del hombre de Neandertal, el siguiente paso consistió en comparar dicho ADN con otros restos fósiles del hombre de Neandertal hallado en Zagreb, Croacia. Estas comparaciones le permitieron conocer que existían pocas variaciones entre los neandertales en términos genéticos. Además, el ADN del Neandertal era tan diferente al Humano que parecía improbable que se hubieran mezclado.

«File:Professor Svante Paabo ForMemRS.jpg» by Duncan.Hull is licensed with CC BY-SA 4.0. To view a copy of this license, visit https://creativecommons.org/licenses/by-sa/4.0

Por ese entonces, en 1997, con la reunificación Alemana, a Svante le ofrecieron la oportunidad de ser miembro fundador de un Instituto Max Planck, el Instituto de Antropología Evolutiva. La pregunta en la cual estaría centrado éste instituto era “¿qué es lo que hace únicos a los humanos?”, es decir, comprender qué clase de cambios habían encarrilado al ser humano en un camino evolutivo tan distinto al de los primates.

PROYECTO GENOMA NEANDERTAL

Ahora bien, el problema de la contaminación no era lo único en lo que tenían que preocuparse. Para lograr secuenciar el genoma completo de un neandertal requeriría un mayor número de muestras de calidad así como la creación de alianzas con el sector privado, por ejemplo, los líderes en tecnología de secuenciadores genéticos.

Y dinero extra.

Svante corrió con suerte, ya que precisamente por esas fechas, el Presidente de la Sociedad Max Planck logró negociar un fondo para proyectos de innovación estratégica, y el proyecto de secuenciar el genoma de un Neandertal, de un ser extinto, cumplía con los requisitos.

Después de ciertos esfuerzos, en febrero de 2009 el equipo de Svante anunció a la prensa que habían logrado secuenciar el ADN de un Neandertal. El análisis de los datos crudos tomó otro año. ¿Qué se descubrió del análisis? En términos hipotéticos: Que nuestros ancestros de África se toparon con los Neandertales y tuvieron hijos no estériles (aproximadamente un 2% de nuestro genoma es Neandertal); que cerca del 80% de los euroasiáticos posee versiones de genes que codifican especialmente para fortalecer la piel (pigmentación y pecas), uñas y cabello, algo útil para soportar los climas fríos de Europa; protección contra patógenos (menos propensos a ser infectados por la Heliobacter pylori, por ejemplo).

Por otro lado, y no tan a nuestro favor, también heredamos ciertos genes que predisponen a enfermedades como el Lupus, la diabetes (en México, ¿quién no tiene un pariente con diabetes?), o la enfermedad de Crohn (una inflamación del colón, de naturaleza autoinmune).

UNA NUEVA ESPECIE

Otro resultado impresionante del equipo de Svante, fue el descubrimiento de una nueva especie de homínido (ahora conocidos como Denisovanos, por las cuevas de Denisova, en los montes Altái, en Asia Central) a partir del ADN extraído de un diminuto hueso de la mano (falange distal) de una niña.

¿Qué más se ha descubierto?  Algo que salta a la vista que nos separa de muchas especies, es la capacidad de hablar, de expresarnos verbalmente de manera sofisticada, variada. Resulta que el gen FOXP2 (involucrado en la capacidad humana del lenguaje) también lo tenían los Neandertales y los Denisovanos.

He hablado sobre el gen FOXP2 en otro artículo, aquí te lo dejo, a un click de distancia amable lector(a).

HACIA EL FUTURO

El grupo de Svante y colaboradores han logrado refinar las técnicas de extracción de ADN que ahora es posible averiguar qué especie humana vivía en un lugar analizando los sedimentos del sitio bajo estudio: en 10 centímetros de sedimentos en vertical se pueden guardar la historia de 10,000 años. Pensemos en las puertas que la paleogenómica pude abrir en el estudio de las culturas mesoamericanas.

Pueden consultar sus más recientes descubrimiento aquí.

La paleogenómica también se ha aplicado para derribar mitos, hipótesis que han prevalecido bien por falta de evidencia más sólida que la desmienta o bien por tradicionalismo académico. Un ejemplo en México es el de los Olmecas, cuyas cabezas colosales se creía que tenían un origen africano (por sus rasgos). Ahora, con la ayuda del análisis del ADN mitocrondrial (el que se hereda por vía materna) se puede establecer sin asomo de duda que los olmecas tienen un origen Measoamericano y no de otro continente (información cortesía de Libreta Negra). Así, una técnica surgida de la biología molecular reescribe los libros de Historia y nos ofrece otro catalejo para mirar al pasado, entender nuestro presente y, quizá, diseñar nuestro futuro.

COMENTARIOS FINALES

Gran parte de la información mostrada en ésta entrada proviene del libro escrito por Svante Pääbo, «El hombre de Neandertal: En busca de genomas perdidos». Un libro que no tiene desperdicio. Es uno de esos libros que muestra con mayor humanidad la labor de un científico, sus luchas internas, personales, tanto dentro y fuera del laboratorio, así como ir contra la corriente al crear un nuevo campo de la Ciencia (léase intrigas académicas). En pocas palabras, una belleza de libro. Si pueden, hagan el esfuerzo por adquirirlo. Quizá en un futuro no tan distante, se publique una segunda edición para actualizarlo con nuevos resultados de los estudios a los Neandertales, qué hipótesis resultaron ser falsas y qué nuevas preguntas se abren como resultado de ello.

Por otro lado, un libro que aborda de manera muy amena y trepidante la posibilidad de que los Neandertales aún existan en lugares remotos de difícil acceso pero con ciertas capacidades de comunicación que clasificaríamos de «extrasensoriales», es el de (¡sorpresa!) Neandertal de John Darnton. Publicado en su momento por Planeta, creo que aún se asoma de vez en cuando en las librerías. Yo lo compré porque Steven Spielberg había adquirido los derechos para filmar una película (la cual sigo esperando) y la verdad no decepciona.

hot off the press

Al momento de escribir estas líneas, un grupo de investigadores en China propone la existencia de un nuevo ancestro homínido a partir de un cráneo muy bien conservado y estudios geoquímicos. Al nuevo homínido lo han bautizado como «Hombre Dragón» y se estima que vivió en el este de Asia hace 146,000 años. En palabras del Prof. Chris Stringer del Museo Británico de Historia Natural e integrante del grupo de investigadores: «Lo que tenemos aquí es una rama separada de la humanidad que no está en camino de convertirse en Homo sapiens (nuestra especie), pero representa un linaje separado desde hace mucho tiempo que evolucionó en la región durante varios cientos de miles de años y finalmente se extinguió».

La paleogenómica de los fragmentos óseos del «Hombre Dragón» seguramente sacará a la luz nuevas ramas del árbol genealógico que componen la evolución humana, y también podría derribas algunos mitos.

¿Te gustó lo que has leído? Puedes ayudarme de tres formas a que continúe escribiendo: donando aquí ( https://www.buymeacoffee.com/rinconcaptnemo ), dejando tus comentarios, ideas o aportes. O bien, con algunos libros (échale un ojo a mi lista, no importan que sean usados ). Créeme, cualquiera de ellas, significará el mundo para mí. ¡Gracias por leer!

Puntuación: 5 de 5.