Si no me falla la memoria, las últimas palabras que se leen en «El Conde de Montecristo» de Alejandro Dumas son «confiar y esperar». En los tiempos que corren, ese par de palabras parecen una especie de apuesta imposible–sino que ilusa–para el futuro. ¿Es posible seguir confiando en lo que significan las palabras? ¿En los políticos? ¿En nuestros colegas del trabajo?

Lo cierto es que no podemos construir para el futuro mas que colaborando, uniendo esfuerzos, confiando en que aquel que está a nuestro lado para «echar hombro» realmente estará ahí cuando lo necesitemos y viceversa. De hecho, el comercio no sería lo que es si no hubiera un componente de confianza en cada trato que hacemos. Y ya sabemos lo que sucede cuando ésta confianza se ve traicionada o erosionada.

Mucho de nuestro comportamiento tiene una base química, es decir, hormonas que regulan y desencadenan acciones cuando nos vemos expuestos a algún estímulo externo que dispara la concentración de éstas hormonas. Para el caso de lo que llamamos «confianza», ¿existe una raíz bioquímica para confiar más o menos en las personas, sobre todo en aquellas que son completamente desconocidas? Y de ser así, ¿ qué se requeriría para manipularnos a voluntad?

Responder a cabalidad estas preguntas puede tomar décadas, pero algunos estudios sugieren que enfocarse en la oxitocina y el contexto en el cual se detona en nuestro cerebro puede ser un buen inicio.

En el siguiente artículo publicado por el blog de ciencia de Nexos platico brevemente sobre la oxitocina, ésta especie de «molécula de la confianza».

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